viernes, 15 de abril de 2011

Ni puta ni trabajadora sexual, prostituta

Publicado en El Malpensante, Nº 146, Octubre

El debate sobre la prostitución está contaminado por dos tendencias. Por una parte, se supeditan la descripción y análisis a la posición política sobre lo que se debe hacer ante el comercio sexual. Por otro lado, se desprecia cualquier aporte al diagnóstico si quien lo hizo no comparte la visión normativa que se considera adecuada. Así, por ejemplo, la minuciosa y copiosa información sobre prostitutas que pudo recoger algún dedicado médico legista del siglo XIX, con miles de entrevistas durante varios años, se considera irrelevante, casi insultante, si ese higienista se mostraba más preocupado por la transmisión de las enfermedades venéreas que por la igualdad de géneros, o si proponía regular el oficio, o si cometió el desliz de hablar de vicios.

Hoy por hoy son pocas las sociedades en las cuales vender servicios sexuales se considera una ofensa criminal. Por el contrario, las prostitutas ya pasaron el umbral a la categoría de víctimas, de los traficantes y, en general, de los hombres. El lenguaje utilizado para describir la actividad se ha dramatizado o edulcorado al extremo. El término mismo prostitución está vetado. Los esfuerzos por tipificar delitos se han centrado en el entorno de estas nuevas víctimas, aún el más cercano: en sus amantes, sus agentes e intermediarios, sus amigas, sus familiares y sus clientes. Como ocurre con las migraciones internacionales -otro ámbito de la legislación igualmente irracional- buena parte de las supuestas organizaciones criminales son poco criminales y mal organizadas, y están casi siempre conformadas por amigos o familiares de las víctimas,  por taxistas, conserjes de hotel, empleados de aerolíneas o empresas de turismo, y algunos policías corruptos.

La tensión entre cómo son las cosas y cómo deberían ser empieza con el lenguaje. Puesto que la discrepancia de opiniones es tan marcada, domina el afán por dejar clara la posición, de aceptación o rechazo, del comercio sexual en detrimento de lo analítico, o lo descriptivo.

El ambiente que se impuso en el debate sobre el comercio sexual está tan enrarecido que es indispensable emprender un esfuerzo por recuperar el sentido y la precisión del lenguaje. Es útil dedicar unas líneas a defender no sólo que se puede, sino que es conveniente volver a utilizar sin ambages el término prostitución. No es fácil compartir la lógica de quienes aceptan, sin reaccionar ni protestar en la plaza pública,  que se vendan millones de ejemplares de una novela en la cual un venerable premio Nobel habla de putas  -peor, de sus putas-  y, simultáneamente, se preocupan en sus escritos, dirigidos a unos cuantos lectores, que algunas mujeres se puedan sentir estigmatizadas si se habla de prostitución.

Como bien lo señala una periodista colombiana, mujer y conservadora, el término puta ya dejó de ser lo que era. “El título de la última novela de Gabo sacó del clóset esa palabra impronunciable, que sólo se oía entre hombres jugando póquer, pero que hoy está traducida a todos los idiomas del mundo y se exhibe en las vitrinas de las librerías como si toda la vida se hubiera utilizado en las veladas familiares alrededor de la mesa del comedor” [1].

Si puta es el vocablo que le llega ahora a millones de lectores, y sería inadecuado sugerir que ha tenido siquiera una brizna de impacto sobre las condiciones del comercio sexual en algún rincón del planeta, no es fácil digerir que se le dediquen tantos argumentos a lo arriesgado que puede resultar, en un escrito con limitada audiencia, el uso de un término escueto y preciso como prostitución y que, en aras de lo políticamente correcto, se hagan complejas maromas verbales para, cual Fernanda del Carpio, no llamar las cosas por su nombre.

No se puede desconocer que el término prostitución tiene connotaciones negativas. En una de sus acepciones prostituir implica “deshonrar, vender su empleo, autoridad, etc., abusando bajamente de ella por interés o por adulación” [2].  A pesar de este parentesco peyorativo, no existe, para referirse a la venta de servicios sexuales, un vocablo más preciso, adecuado y de uso más aceptado, tradicional y general que el de prostitución. El término prostitution es idéntico en inglés, francés, alemán, holandés y sueco. Las variaciones en otros idiomas son mínimas. Prostituçao en portugués, prostituzione en italiano, prostituce en Checo y prostitualtak en Húngaro.

En español, varios de los posibles sinónimos del término prostituta presentan como limitación un innegable sesgo de género. Excluyen la posibilidad de la venta de servicios sexuales por parte de los hombres. Ni meretriz, ni hetera, ni hetaira tienen un equivalente masculino. Ramera se define como “la mujer cuyo oficio es la relación carnal con hombres” pero en masculino, ramero se refiere al halcón recién nacido que “salta de rama en rama”. Otro sinónimo, más rebuscado, el de barragana tiene un sentido peculiar, de concubina, que además es bien distinto del de barragán: esforzado, valiente, mozo soltero, compañero. Una mujer pública tiene poco que ver con un hombre público, al menos en público. Cortesana no sólo se refiere a un segmento, el más privilegiado, de la prostitución sino que tiene un sentido distinto al de su contraparte masculina. Puta, tiene más acepciones y se usa en otros contextos como “calificación denigratoria ... me quedé en la puta calle”. Además, puto es sinónimo de necio, tonto o, confusión más delicada, significa “hombre que tiene concúbito con persona de su sexo”. Por el contrario, el término prostituto/prostituta es inequívoco y está delimitado al comercio sexual, sin ambigüedad ni restricciones de género: “persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”.

Fuera del avance en el reconocimiento de que se trata de una actividad que puede ser ejercida tanto por ellos como por ellas, esta definición básica no ha cambiado mucho, ni se ha podido mejorar de manera perceptible en los últimos dos milenios, desde que Ulpiano, el escritor romano, definió a la prostituta como “la mujer que de manera abierta ofrece su cuerpo a un número de hombres, de manera no siempre selectiva y por dinero” [3]. Una acepción similar es, según Van de Pol (2004), la definición jurídica más antigua,  la del Código Justininiano del Bajo Imperio. Esta simple característica, la homogeneidad y universalidad en los códigos, justificaría por sí sola la ratificación del uso del término prostitución.

El término de trabajo sexual, bastante en boga, no es el más idóneo por múltiples razones. En primer lugar, porque su origen es más normativo que descriptivo y está vinculado a una de las partes envueltas en el debate legislativo alrededor de la actividad. La expresión tomó fuerza a finales de los años ochenta, entre feministas, círculos académicos y personas vinculadas a la prostitución, a raíz de la publicación del libro Sex Work, uno de cuyos principales objetivos era crear un espacio “en dónde prostitución no se entendiera automáticamente como una metáfora de la auto explotación” [4]. El nuevo giro fue la respuesta al prejuicio de algunas feministas pero, en últimas, acaba siendo tan arbitrario y parcial como el de víctima de explotación sexual. Ambos términos describen un segmento del comercio sexual y no pueden tomarse como representativos de su totalidad. La importancia relativa de cada uno depende del contexto.

Un indicio revelador del carácter normativo del término trabajo sexual, es que es ajeno a la literatura no comprometida con cambios legislativos. Ni en las novelas, ni en las historias sobre la actividad es fácil encontrarlo. En los escritos académicos, es más común en las publicaciones institucionales que, por ejemplo, en las tesis universitarias [5].

Otra limitación del término trabajo sexual, es que la prostitución no siempre puede considerarse un mero asunto laboral; en algunas ocasiones se trata de un escenario para el intercambio de afecto, para la búsqueda de pareja. La prostitución es tanto una institución económica como sexual. El trabajo no capta adecuadamente una dimensión de la actividad más asociada con el sexo, con el placer, con la seducción y con la promiscuidad, que con el cobro de un estipendio. “(A las cortesanas) habría que definirlas, para dar una dimensión exacta de su actividad, no sólo como trabajadoras del sexo, sino como animadoras del ocio” [6]. Aporta poco a la comprensión del fenómeno plantear que, por ejemplo,  la estudiante que cuelga un anuncio en un servidor de búsqueda de parejas, fijando un estipendio, está trabajando

Luego de varios años de entrevistas con prostitutas londinenses la antropóloga Sophie Day sugiere que el uso del término trabajo por parte de ellas tiene poco que ver con los salarios, el desempleo o las vicisitudes del mercado laboral. Se trata más de un recurso para establecer las fronteras con su vida íntima y privada. El término trabajo sexual tiene más una connotación de sexo sin sentimientos involucrados. El trabajo se realiza en lugares públicos e involucra ciertas partes, no todas, del cuerpo que también son públicas. A diferencia del amigo, el novio o el suggar daddy (papito dulce) los clientes sólo tienen un acceso limitado, al componente exterior y visible del cuerpo. El interior, los órganos reproductivos, los tubos, cierto sentido del placer, la intimidad y la posibilidad de reproducción se disocian del trabajo. Estar trabajando o no se define por asuntos como dar o no dar besos, mantener cierto tipo de relación sexual y no otro e incluso usar o no un preservativo. En síntesis, trabajo sería el sexo con extraños. “El sexo impersonal que implica una racionalidad laboral contrasta con la cercanía ideal y el placer de las relaciones personales … El lenguaje del romance y destino era importante para las trabajadoras sexuales y el sexo se veía con frecuencia precisamente como algo no racional, ni explícitamente negociado. Las relaciones sexuales simplemente ocurrían y se desarrollaban, gobernadas por una química, en últimas insondable, de pasión y deseo” [7]. El problema básico para adoptar esta sugestiva definición de trabajo sexual es que las fronteras entre el deber y el placer, entre el cliente, el cliente regular, el especial y el suggar daddy pueden ser porosas. Como señala una escort brasileña, “Después de hacer muchos servicios con el mismo tipo, es muy frecuente que surja una amistad. Actualmente, todos mis amigos han sido antes clientes … Es divertido. Por supuesto, no te haces amiga la primera vez. Algunos consiguen quedarse en el filo de la navaja: continúan siendo clientes, pero están muy cerca de ser amigos, y pueden terminar siéndolo. Me gusta recibir demostraciones de cariño” [8]


Aún en el ámbito laboral, el término trabajador tiene una connotación de empleado, dependiente y asalariado. Este escenario no sólo riñe con la evidencia de un segmento importante de la prostitución, en dónde abundan los cuenta propia, sino con la mayor parte de las legislaciones contemporáneas, para las que la prostitución es legal pero cualquier tipo de proxenetismo o de empresa que la facilite está prescrita. Tampoco sería adecuado hablar de profesionales del sexo cuando muchas prostitutas son tan sólo aficionadas y ocasionales.

Por otro lado, el término trabajo sexual amplía innecesariamente la gama de actividades, a veces relacionadas pero distintas a la prostitución, y puede generar confusión tanto conceptual como legal. Una actriz de cine porno, por ejemplo, puede considerarse trabajadora sexual, o de la industria del sexo y, a diferencia de una prostituta, ejercer su actividad legalmente en países, como los Estados Unidos, en dónde la prostitución está prohibida.

Las propuestas de vocablos alternativos, rara vez sugestivos, parecen menos preocupadas por refinar la descripción o profundizar el análisis del fenómeno que por hacer explícita una toma de posición frente al mismo. Sevilla (2003), por ejemplo, critica el término prostitución por no ser suficientemente neutro ante las distintas manifestaciones de lo que él, de manera tampoco neutra, define como “amores comerciales”. La propuesta de Trifiró (2003) es también extraña, pues en lugar de utilizar el vocablo prostituta, “por la aceptación negativa que ha tenido en el transcurso de la historia de cada país”, opta por el de Mujeres que Ejercen la Prostitución (MEP). No es convincente tal grado de sutileza, similar a proponer la denominación Hombre que Ejerce la Delincuencia (HED) como algo menos peyorativo que delincuente. Otra variante, la de mujer en situación de, o vinculada a la, prostitución [9] se ha propuesto al parecer para reflejar que ha sido inducida por un tercero, contra su voluntad, o bien que se encuentra envuelta en la actividad de manera transitoria. El término prostituta la condenaría de manera permanente e irreversible. Bajo esa lógica, habría que eliminar del lenguaje vocablos como estudiante, o los referentes a cualquier cargo –como alcalde, congresista o presidente-  que se ejerza por un período limitado.

Por razones similares, y por la precariedad de la evidencia sobre la universalidad del escenario, no parece idóneo adoptar al término de víctima del tráfico, o de la trata, de personas, cuya utilización debe limitarse a los períodos y lugares en donde está bien documentada la generalización de ese tipo de comercio. 

Si ya los problemas que se enfrentan para legislar la prostitución son monumentales, no es difícil imaginar el embrollo que surgiría si los códigos abandonaran el término para adoptar el de trabajo sexual, o persona en situación de prostitución.

En esta dimensión de la terminología, a veces se supone implícitamente que a las prostitutas se las discrimina o se las estigmatiza porque históricamente se las ha denominado con ese término. De manera consecuente, se piensa que la introducción de un nuevo vocablo, en un texto con mínima difusión, contribuirá a una mejor aceptación social de la actividad, logrando contrarrestar el éxito editorial de algunas novelas o películas con millonarios auditorios que hablan de putas. El dilema entre corrección política y magnitud del auditorio al cual se pretende llegar lo expresan vívidamente algunos escritos comprometidos, pero de regular mérito académico, en los que a pesar de insistir en el tema de la estigmatización del oficio, utilizan en el título, como indudable recurso de mercadeo, el término de puta, más peyorativo que el de prostituta [10]

Simultáneamente, se ha renunciado a tratar de entender cuales han sido las razones por las que, en primer lugar, se ha utilizado, en muchos lugares y épocas, un término denigrante para calificar esta actividad. Por lo general, se considera suficiente con descalificar el uso del término, y con atribuirlo de manera simplista a una determinada estructura social –como el patriarcado, o al capitalismo-  en la que, en últimas, se concentra el grueso de la explicación del fenómeno. Parecería, en últimas, que el vocablo utilizado, dramático o edulcorado, para referirse a la prostitución es simplemente una seña del compromiso político adquirido para promover su abolición o reglamentación.

El estigma de la prostitución, que existe, podría originarse en la actividad en si misma, y no en la manera como se la denomina. A mediados de 2008, Kerry Harvey, una mujer de 23 años de Gloucestershire, Inglaterra, se quejó ante los administradores de Facebook, y ante la policía, porque unos hackers se habían apropiado de su identidad, alterando su perfil para hacerla parecer en la red como una prostituta. Kerry consideró que habían arruinado su vida [11]. Sería insólito sugerir que las cuitas de esta mujer por tan mala chanza hubieran más llevaderas si en lugar de prostituta los hackers hubieran utilizado cualquiera de los eufemismos de los trabajos sobre comercio sexual.  Como también sería ingenuo pretender que una mujer que le oculta a su familia, o a sus amistades, o su novio, que ha vendido servicios sexuales estaría más dispuesta a compartir los pormenores de su actividad denominándose, en lugar de prostituta, trabajadora sexual, o MEP, “mujer que ejerce la prostitución”. Una prepago colombiana es explícita sobre estos dos puntos. “Con todas las relaciones que he tenido trabajando aprendí que sólo voy a ser respetada como mujer el día que deje la prostitución. Y también he aprendido otra lección: cuando eso suceda y conozca al hombre de mi vida, con el que voy a casarme y tener hijos, no le explicaré que he sido una profesional del sexo” [12].


No sobra mencionar la larga lista de trabajos objetivos, rigurosos, documentados y además escritos por mujeres, que adoptan el tradicional vocablo de prostitución, y que incluso lo condimentan con el de puta. Harlots, Whores & Hookers de Hilary Evans es una corta pero completa historia de la prostitución en occidente. Como también lo es Whores in History, escrito por Nickie Roberts, una antigua prostituta. En La puta y el Ciudadano, Lotte Van de Pol ofrece una minuciosa monografía sobre la prostitución en Ámsterdam entre los ss. XVII y XVIII. Las Putas de España de Joaquina García es una amena historia de la actividad en la península desde la Ilustración.

Entre varios novelistas hombres, en algún momento de sus vidas asiduos clientes, el uso del término prostituta, incluso el de puta, rara vez va acompañado de una connotación negativa, peyorativa, o de desprecio. En algunos, por el contrario, se pueden percibir dejos de simpatía, incluso de complicidad. Esta mirada novelesca del oficio ha estado basada a veces en trabajo de campo minucioso, a pesar de su informalidad.

Los relatos literarios, más interesados en describir que en promover cambios legislativos, nunca son tan burdos, categóricos y simplistas sino que, por el contrario, resaltan los dilemas, las vicisitudes y los matices de la actividad. Además, autores como Zola, Maupassant, o los Goncourt que, como reconoce el historiador de la prostitución Alain Corbin, lograron alterar de manera favorable la percepción pública del comercio sexual, no lo hicieron con base en giros políticamente correctos sino con literatura de calidad, describiendo de manera minuciosa el entorno, el carácter y la humanidad de los que participan en él.

Paradójicamente, la connotación negativa de algunos términos parece afectar más a los observadores políticamente sensibles que a las supuestas personas perjudicadas. Las asistentes al segundo congreso mundial de prostitutas que tuvo lugar en Bruselas en 1986 “reclamaban, junto con modelos, strip teaseras, masajistas y todas las que suministraban servicios sexuales, el bello nombre de putas” [13]. Un par de años antes, en las sesiones de trabajo del primer congreso, en Ámsterdam, Margot, holandesa, se había presentado como “una buena puta”. En varias autobiografías de prostitutas, el yo, o el confesiones, se mezclan sin problemas con el degradante término [14]. Difícil concebir un título más contundente que el “Orgullosas de ser putas” adoptado por una prostituta francesa y su amigo travesti que, además, está dedicado a “nuestros amantes, maridos e hijos” [15].


Esta desafortunada confusión entre lo que es la prostitución, y lo que, a juicio del analista, sería deseable que le ocurriera a las mujeres que la ejercen, transparente en el lenguaje, está en el meollo de las dificultades para entender el comercio sexual. Para avanzar en el diagnóstico, un paso prudente consiste en recuperar el verdadero sentido y alcance del término prostitución, más tradicional, universal y menos sujeto a confusiones legales.




[1] “¡Cómo cambian los tiempos!”, María Isabel Rueda, Semana Septiembre 3 de 2006
[2] Todas las definiciones de esta sección han sido tomadas del diccionario en línea de la Real Academia Española, http://www.rae.es/rae.html. Los énfasis son propios.
[3] Evans (1979) p. 15
[4] Delacoste y Alexander (1987) p. 11
[5] Es la impresión que surge de DABS (2002) en dónde se revisa un larga lista de trabajos realizados en Colombia a lo largo de los noventa.
[6] Adriansens (2000)  p. 209
[7] Day (2007) p. 39
[8] Surfistinha (2007) pp. 116 y 131
[9] Por ejemplo DABS (2005)
[10] Volnovich (2006), Pisano (1994), Peñalver (2006)
[11] 'Facebook ruined my life after web hijackers stole my ID and branded me as a prostitute'. Daily Mail Reporter, Julio 3 2008
[12] Surfistinha (2007) p. 114
[13] Solé (2003) p. 408
[14] Celis (2007), Osberne (2006) o Pisano (2004).
[15] Maîtresse Nikita y Schaffauser (2007)