Publicado en La Silla Vacía, Febrero 28 de 2012
Nadie hubiera dicho de ella “pobrecita esa mujer”. Nacida en estrato seis y graduada de colegio bilingüe, estudió en la Universidad de los Andes. Ingresó joven al grupo político al que consagraría buena parte de su vida. Ascendió hasta la dirigencia. Fue senadora, delegada a reuniones internacionales e interlocutora permanente con otros partidos, con la prensa y con el gobierno. Supe esta historia por una carta póstuma de ella a él. Las citas son textuales.
Él era líder de ese movimiento informal e independiente de los partidos tradicionales. Casado y con dos hijas, su prioridad fue la política, con mucha rumba y mujeres. Dentro del grupo tuvo varias amantes. Cuentan que era un tipo encantador. Ella lo confirma. “Usted era como el príncipe azul, un ideal para tantas mujeres que lo adoraron y lo debieron soñar”.
No hubo amor a primera vista. Fue algo progresivo, sin que a ella le importaran la esposa y las otras. “Las demás historias no me incumben, ni anteriores ni contemporáneas … Usted era fresco, sin exigencias, sin reclamos, sin expectativas … Me empezó a invadir el amor. Incondicional y total. Sin chistar ni preguntar ... sin sentir derecho a exigir nada … Coherente con su sabiduría y franqueza, siempre hay manera, espacio y tiempo en la vida para la convivencia de varios amores”.
En algún momento ella quedó esperando, con “muchas ganas de tener un hijo suyo”. El embarazo alcanzó los cuatro meses. “Quería ese hijo. Pero su reacción fue tajante: no se puede, es imposible. Alegué: tranquilo, no se preocupe, que yo lo asumo sóla y no le voy a complicar la vida”. Él insistió recurriendo a la retórica laboral y política. “Tú eres una dirigente, y ¿quién te va a reemplazar en lo que haces?”.
Ella no quería abortar, pero el amor sin condiciones y la terquedad visceral pudieron más. “Fue tal su oposición y tal la entrega amorosa, que a pesar de lo que significaba una intervención a estas alturas y radicalmente contra mi voluntad, acabé por aceptar su decisión. No era la mía … Me fui para México para ver que hacía, y por teléfono le seguía alegando, pero usted no cedió, y yo cedí”.
Desde el aborto ella se arrepintió. “Cuando desperté sentí un vacío que nunca había sentido. Ese grito, ese dolor, ¿qué lo iba a callar?”. Al drama se sumó la reacción de él. “Por eso me dolió tanto su llamada a los dos días, y su pregunta. ¿Ya saliste de eso? ¿Cómo te fue? Como si me hubiera sacado esa muela”.
Lo último que se esperaba de ella con esos antecedentes, treinta y tantos años y más de doce semanas de embarazo es que perdiera ese forcejeo. El desconcierto es mayor si se sabe que no sólo era una mujer de armas tomar, sino de armas tomó. Vera Grabe, a quien el país vio con traje de campaña, armada, tomándose poblaciones con el M-19, arengando en la plaza pública, en una mesa con Tirofijo, no resistió el embate de alguien tan querido, progresista, “fresco y sin exigencias” como Jaime Bateman Cayón. La carta en la que se describe el incidente es parte del libro Razones de Vida.
El caso es más pertinente que la anécdota de Pablo Escobar cuando ordena el aborto de su reina amante en la hacienda Nápoles. El problema no era Bateman guerrillero, pues no hubo fuerza ni amenazas. La situación podría ser la de cualquier amante de un hombre casado con prole que no resiste la presión e interrumpe forzada su embarazo. Si le ocurrió a Vera Grabe –educada, segura, independiente, dura, curtida, más que combativa guerrera, poderosa, respetada, temida- ante alguien tan descomplicado y de vanguardia, el sentido común indica que la colombiana promedio está totalmente indefensa frente al amante colombiano típico casado y con hijos.
Interesa saber cuantas mujeres enfrentan tal situación. Un estimativo conservador, basado en un estudio del Externado, es que el 15% de las interrupciones de embarazo en Colombia las deciden los hombres. Dependiendo del total de abortos que se adopte, cada año entre 22 y 60 mil colombianas no pueden tener un hijo que querían. El orden de magnitud es similar al de la violencia de parejas que llega a Medicina Legal. Además de indignante, el caso es común. Un testimonio del mismo estudio da la visión masculina del escenario. “Yo con ella tenía una relación de amantes, como dicen. Yo tengo mi mujer y mi familia muy organizada y ella sale con esa. Yo no podía aceptar esa situación … Yo mismo la llevé al sitio que me habían recomendado”. Las mujeres expuestas a este atropello, podrían ser todas las sucursales en donde tal arreglo es clandestino. Un estimativo burdo sugiere que el número superaría el millón.
Difícil entender por qué de algo tan inaudito y masivo no se habla. Sobre sumisión femenina y aborto, el debate se estancó en el machista que llena de hijos a la mujer y el día que ella quiere abortar él no la deja. Un escenario que hace rato dejó de ser representativo.
Recientemente la polémica se sofisticó. Se ha discutido, por ejemplo, la importancia de despenalizar el aborto cuando una mujer “ha sido sometida a una inseminación artificial no consentida”, un escenario nazi o de ciencia ficción bizantina. Pero algo bastante común, la presión típica de un mujeriego que sólo quiere aventuras sin hijos no hace parte del debate.
Para completar, hay quienes insisten en recordar como "profeta de la paz" al individuo que, entre otros desafueros, tuvo la desfachatez de arriesgar la vida de su compañera y amante para condenarla a no tener el hijo que ella quería.