lunes, 6 de febrero de 2012

Violencia sexual en Colombia


"Quien se siente con derecho sobre el cuerpo de otra persona para comentar, 
también puede sentirse con derecho a tocar,  forzar,  abusar y  matar. 
Ha de saberse que el acoso callejero en muchas ocasiones 
ha sido el primer paso de violaciones, 
feminicidios y asesinatos homofóbicos".
Capítulo Colombiano de Hollaback!
la cruzada global contra el "acoso sexual callejero"
"El piropo es una forma de violencia contra las mujeres ...
Del piropero al violador no hay un trecho tan grande. 
Esas sutilezas artificiales solo sirven para justificar 
la agresión verbal, psicológica y física contra las mujeres"
Sebastiana  Castellio
La Silla Vacía
Comentario a En defensa del piropo
Tengo varias razones para centrarme en mis alegatos sobre el piropo en los que llamo de andamio. No sólo son los clásicos sino los únicos para los cuales encontré un trabajo sistemático y una de las dos recopilaciones de piropos colombianos, hecha para una tesis de grado de la Universidad Javeriana. Los testimonios de Atrévete Bogotá se centran en ellos. Una compilación de piropos españoles actuales también destaca los de albañiles, fontaneros etc ... No menos relevante, son los que mejor conozco. 


Fuera de su clasismo, la principal crítica que se le puede hacer  a la cruzada contra el piropo es la de mezclar peras con manzanas: un piropero no es un violador. Son dos personajes tan distintos como el mendigo del atracador o apartamentero. El piropero ni siquiera es el mismo manoseador del transporte público. Sólo la doctrina importada y el maniqueismo puede caer en tales confusiones.
Del trabajo de la Javeriana se podría sacar un perfil del piropero bogotano que en últimas sería redundante pues todos conocemos algún obrero, albañil, ruso, plomero o ayudante de construcción. Probablemente las únicas que no se han molestado en conocer uno son las indignadas con ellos. Lo que sigue es un breve resumen * del perfil de los asaltantes sexuales en esa misma ciudad y en Pereira. Se trata de los delincuentes que algunas feministas, en forma ligera y clasista, insisten en confundir con los obreros que flirtean a gritos desde un segundo o cuarto piso. Casi sobran los comentarios.
Hace unos años un grupo de investigadores dirigidos por Miguel Alvarez-Correa investigaron a profundidad 300 casos de asalto sexual en Bogotá y Pereira. Se entrevistaron 81 agresores y se profundizó la historia de vida de 26. Se analizaron 329 historias de víctimas, entrevistando 14 a profundidad. 
Una alta proporción de las agresiones sexuales no se denuncian. Los estimativos sugieren que el número total triplica los casos judicializados. No hay manera de saber con precisión qué tan representativos del conjunto son los casos que se judicializan. Pero se pueden tener indicios que entre los judicializados están los más graves que cometen extraños. 


Entre 1999 y el 2002, sólo un agresor de cada cuatro era desconocido por la víctima. Dentro de los "conocidos", que son distintos de los familiares, puede haber personajes muy diferentes: profesores, vecinos o incluso amigos con los que se sale de rumba. No he encontrado testimonios de una forma de violación muy común en los EEUU: el llamado "date rape" que es el que, precisamente presenta mayores dificultades para ser sancionado judicialmente. 


Si este fuera el caso en Colombia, que las violaciones que no se denuncian son aquellas cometidas por novios o pretendientes, el argumento que el piropo callejero por parte de un extraño no tiene nada que ver con la violencia sexual se refuerza. 

El 78% de los asaltos sexuales ocurre entre las 6pm y las 6 am.  O sea cuando las obras están cerradas y los andamios desocupados. “Me gusta más temprano, es que la gente anda atembada, como medio dormida: es la hora boba” cuenta un asaltante.
La hora de los asaltos también se asocia con cierto tipo de víctimas: las mujeres que estudian o trabajan de noche. Las que tal vez no les queda  tiempo para las lecturas feministas. “Cuando salgo del trabajo de turno como a las diez de la noche, esa zona es sola, pero entonces camino rápido para coger transporte. La cosa es que a veces se demora harto para llegar”  señala una víctima de 25 años. 
Para muchos asaltos, el lugar de comisión de los hechos puede diferir del sitio de enganche, o sea donde la víctima es engañada o forzada por el agresor para llevarla a sitios protegidos de los transeúntes, incluso en interiores. Para los enganches “hay una mayor incidencia en los barrios más deprimidos de la ciudad”. 


El lugar en dónde se comete el asalto, un potrero o un escondite  bajo un puente, puede ser utilizado de manera repetida. “Siempre lo hacía allí, bajo el puente de la 26; le pagaba algo al ñero que tiene allí el cambuche y me dejaba utilizar su hueco; las matas lo tapan”  reporta un asaltador sexual de 35 años con seis agresiones judicializadas.  
Con relación al enganche, las estrategias más comunes para abordar a la víctima son: primero, el engaño para atraerla y luego forzarla. Segundo la amenaza y fuerza bruta directa: “el agresor opera sólo, aborda una víctima a la vez y usa de entrada la violencia psicológica y/o física”. Tercero, asaltos grupales organizados, como los cometidos por pandillas. 
En los casos analizados, uno de cada tres (29%) fue mediante engaño y el resto (71%) con recurso a la amenaza y la fuerza. Es común que la amenaza se respalde con armas. 

Para el enganche mediante engaño hay múltiples posibilidades, como publicar anuncios buscando personal, ofrecer asesoría jurídica a mujeres u ofrecer productos en la calle. El asaltador también “toma en arriendo una pieza en cercanía a conjuntos residenciales”. 


Una de las peculiaridades más claras, y sorprendentes, de los asaltantes analizados es que la violación no constituye el objetivo principal del incidente. Es más un co-producto de otro ataque criminal, como un atraco. La lógica es simple: el susto del robo violento, en la calle o en la casa, debilita de tal manera a la víctima que, si es mujer, la hace presa fácil para una violación. El caso extremo es una especie de mini síndrome de Estocolmo en el cual la víctima casi agradece a su agresor por no haberle hecho más daño. El testimonio cínico de un violador lo señala claramente: “apenas le quité la plata que tenía, y como estaba asustada quiso estar conmigo, y bueno, no hay que desaprovechar la oportunidad”. 
Aunque en este trabajo no se menciona de manera explícita lo poco comunes que son los piropos antes del ataque, el hecho que se de en forma paralela con otros delitos y que haya siempre amenaza hace poco verosímil la idea de progresión del piropo a la violación. Es el impacto de un susto lo que facilita la agresión sexual. En el 42% de los casos es con un arma y en el 58% con amenaza verbal, no con piropos. “Cerca de la cuarta parte de los asaltantes carga soga para amarrar a su presa, cuchillo para amedrentarla y pañuelo para callarla”. 


Vale la pena transcribir en extenso el testimonio de asalto sexual más cercano al iniciado con piropo, entre todos los reportados. No es definitivamente un piropo de andamio, es una parte del arsenal de recursos de un abusador reincidente de menores. La víctima es una colegiala de 16 años. “Llegué tarde al colegio y ya no me dejaron entrar, me devolví para mi casa y un señor me empezó a hablar frente a la biblioteca de mi barrio, y me empezó a decir que tenía una cara muy bonita, y que él no era ningún atracador y que podía confiar en él” ... Al tratar de evitarlo, el señor la siguió “y después fue cuando sacó la navaja del bolsillo y me dijo que si no le cumplía lo que él decía, me buscaría en el colegio y que me hacía algo y que si le contaba a alguien, me hacía algo y me mataba”. Después de empezar a abusar de ella en una calle sola, le decía “que si me dejaba me iba a sentir muy bien y que podíamos hacernos hasta buenos amigos”.


En la modalidad del engaño, preparada y premeditada, la lógica es distinta: se trata de violadores reincidentes, casi "profesionales". 


Otra característica sobresaliente de los asaltos sexuales en Bogotá y Pereira, es que las víctimas reales más frecuentes, las jóvenes colegialas en barrios populares, se alejan bastante de lo que parece ser el perfil de la mujer indignada con el "acoso callejero".  

* Tomado de 
Alvarez-Correa, Miguel y otros (2004). Cazadores de Vidas. El Asalto Sexual: Agresores e Instituciones. Bogotá: Procuraduría General de la Nación, Fiscalía General de la Nación.