martes, 21 de febrero de 2012

La Fiscal, Lucio y el registro de amantes de los políticos


Publicado en La Silla Vacía, Febrero 21 de 2012

A raíz de las críticas por sus vínculos afectivos, Viviane Morales recibió cartas de apoyo en las que se anota que las dudas sobre desempeño por su matrimonio con Carlos Alonso Lucio responden a prejuicios sexistas, al menosprecio de su capacidad de decisión y autonomía. Las cartas fueron respaldadas por Florence Thomas, quien anota que si la Fiscal tiene que irse, las feministas impulsarán una ley que "obligue a todos los hombres públicos del país a presentar la hoja de vida de sus esposas y/o amantes". Esta iniciativa no debería depender de ninguna renuncia, o fallo. Es un avance importante hacia la transparencia y la equidad, para el que sugiero unos refuerzos.
Una eventual grieta es el y/o. Por allí se hubiera escurrido François Mitterand registrando sólo a su esposa Danielle, ocultando sus relaciones con varias señoras y a su influyente y fiel Anne Pingeot. Sólo al final  se hizo público que ella había vivido en un palacio de la República, que se desplazaba en avión oficial y que, siendo muy católica, hizo política en la sombra. Se dice que la pirámide del Louvre fue construida para ella. Este caso muestra que sería insuficiente registrar sólo a la esposa oficial.  

No hay que limitar la inscripción de amores a las relaciones durables. Los affaires que desbaratan el matrimonio de un hombre público pueden afectar los intereses estatales. En 1995 un periódico griego publicó unas fotos de Dimitra Mimi Liani desnuda. La imagen no hubiera causado revuelo de no ser porque se trataba de la nueva esposa del primer ministro Andréas Papandréou de 76 años, casi el doble que ella. Ex azafata de Olympic Airways el mismo periódico la denominó "Rasputín con faldas". Hacía y deshacía, nombraba funcionarios y gastaba fondos públicos. El escándalo no duró pues el líder socialista murió en 1996. Pero puso sobre el tapete los riesgos de la seductora que manipula al gobernante y lo transforma en su marioneta. 

La denominación de las amantes jóvenes confunde. Sobrinas, ahijadas, asistentes, becarias ... tendrán que suministrar pruebas de que lo son. Que no pase lo que se teme de la nómina oficial dominicana si triunfa la campaña de reelección Llegó Papá: mijitas, discípulas y pupilas en los despachos. La Ley Florence podría disuadir la importación de ese lema proselitista, o adaptaciones como Volvió Papá, vota con gustico.

Para los problemas, no es necesario que las parejas de políticos tengan pasado violento como Lucio, algo escaso entre mujeres. Son sus dotes seductoras las que deben estar bajo la mira. Eso que le sobraba a los del M-19  ha sido positivo para la reconciliación: sus múltiples romances ayudaron a blanquear desafueros. Pero el arte seductor desbocado es pernicioso, en hombres y mujeres. Para ellas se conoce como el síndrome de Mesalina, la tercera esposa del emperador Claudio. Ambiciosa, arribista, cruel, ninfómana, salía por las noches a competir con las prostitutas. Avergonzó y mangoneó al enamorado soberano.
Una hábil seductora causa estragos en poco tiempo. La regla para quedar inscrita debe ser "si es reputada, con un polvo basta". Así de corto puede ser el contacto de cama que atente contra los intereses estatales. Para cualquier funcionaria de alto nivel una pasión fugaz, de una noche, con un capo o comandante sería suficiente para poner en duda su gestión. El estándar no tiene por qué ser distinto con los varones. Aún con instituciones sólidas, romances fugaces han generado complicaciones. En los años sesenta John Profumo, Ministro de Guerra inglés, tuvo una cortísima aventura con Christine Keeler, modelo y call girl, quien por razones de trabajo también mantenía relaciones con un espía ruso. El riesgo para la seguridad nacional obligó a Profumo a renunciar, y puso en aprietos al primer ministro. Será inevitable registrar idilios efímeros con prepagos que al igual que la Keeler y por cuestiones laborales, tengan contactos que atenten contra el patrimonio estatal y la seguridad, o que afecten decisiones judiciales. Por eso el registro debe extenderse a los devaneos de jueces y magistrados. Es increíble cómo ha mejorado el nivel educativo de las escorts o acompañantes que ahora se reclutan hasta en buenas universidades. La Ley Florence hará más difícil que sin derecho pero con pericia en la cama se altere el curso de la justicia.  
El registro de hojas de vida incumbe ante todo a los funcionarios mujeriegos.  Pero los cuernos también obstaculizan el desempeño en la función pública: angustias, falta de concentración, trasnochadas de espera, celos, irascibilidad. Aunque convendría extender la inscripción a  deslices de cónyuges, eso ya complicaría demasiado la reglamentación de la ley. Tal vez se podría recurrir a estrategias adicionales, como recuperar el reproche social a la infidelidad. Por lo menos dejar de pregonar que es algo chévere e inocuo. Este complemento a la ley lo debería meditar Florence, pues por ahí ha mostrado incoherencia y falta de consideración con las personas afectadas.

Por fortuna la Fiscal  está casada con un Lucio rehabilitado por los evangélicos, que no sólo pacifican guerreros: también curan adictos, domestican aventureros y transforman infieles. Por una vez pinta bien una alianza estratégica del feminismo con curas, pastores y hermanos en Cristo, tan determinantes en la nueva vida de un violento seductor como el antiguo comandante Lucio. No es el único ex pandillero reconvertido al evangelio. Algo del Eme que facilitó militancia multipista, volteretas y cambios de camiseta como los de Lucio, y permitió la reinserción, es que nunca les dio por tatuarse como los mareros centroamericanos. Por esas conversiones ya se sabe que el overhaul o desintoxicación no puede ser parcial: no más armas, fuera malas compañías, nada de venganzas, perdón a los enemigos  pero también ni hablar de trago, marimba o perica, adios a la rumba y sobre todo a las mujeres distintas de la esposa. Una contribución a la calidad del trabajo de la Fiscal ha sido contar con su hombre en el hogar o en el templo, y no por ahí de juerga con el Coolidge alborotado.