Publicado en la Silla Vacía, Enero 31 de 2012
Un policía canadiense recomendó a las mujeres “evitar vestirse como sluts” para no ser violadas. Una estudiante feminista reviró que es inaudito disculpar la violencia sexual por el atuendo femenino. Indignada organizó una marcha para protestar: así las mujeres se vistan como sluts, tienen derecho a decidir. El apoyo ha sido global y en muchas ciudades se han organizado slutwaks. El lema más utilizado ha sido “¡no es NO!”. Una cronista del Washington Post opina que es el principal evento feminista de las últimas décadas. La de Bogotá está prevista para Febrero.
Imposible no apoyar una protesta contra las violaciones y la impunidad que las rodea. El derecho de la mujer a no darlo es inalienable, ya está consagrado legalmente y se debe proteger. Hay que exigirle eficacia a la justicia que se enreda con las supuestas provocaciones de las víctimas.
La slutwalk en latinoamérica ha sido agitada. En Costa Rica, a la provocación inicial se sumó el llamado de un obispo a vestirse con "recato y pudor”. La reacción fue contundente y “la tolerancia que tanto reclaman de la Iglesia les quedó corta, muy corta … como sus enaguas putescas”. Una periodista que se negó a marchar habla del “ánimo púber de atacar cualquier institución tradicional". La incoherencia no faltó: con el "hijo de puto" al prelado había pancartas cristianas. El atuendo femenino árabe como disfraz llevó a una tica musulmana "portadora del velo por decisión propia" a anotar que la marcha “no representa los derechos de las mujeres”. En Argentina, el objetivo de la protesta se desdibujó al mezclarlo con el feminicidio, la violencia doméstica, el aborto y el piropo.
Han surgido pocas críticas al nombre de la slutwalk en español, que es lamentable. Una slut no vende servicios sexuales. La acepción más antigua y aceptada del término es la de mujer promiscua. No conozco un vocablo más apropiado para las mujeres que tiran con muchos. Imagino que difiere entre generaciones y regiones. El término fácil es usual pero inadecuado, pues entre ellas están las mujeres más difíciles: las que escogen pareja como literalmente les da la gana. Una denominación alternativa sería “Marcha de las Promiscuas”.
Las fallas de la slutwalk latina van más allá de la jerga: es ofensiva con una minoría. No tanto por el vocablo sino porque se han organizado sin consultar ni invitar prostitutas reales. Son marchas de putas pero sin putas. Mujeres normales disfrazadas que irrespetan a quienes normalmente ningunean. Utilizan el calificativo más despectivo para la actividad, y como en halloween. El subtítulo de la nota que anunció la marcha bogotana resume el desacierto: “se autodemoninan putas sin serlo para de esta manera protestar contra la violencia sexual”.
El debate sobre el comercio sexual es tan maternalista que el término prostituta está vetado por ofensivo. Se impusieron eufemismos como “trabajadora sexual”, “mujer que ejerce la prostitución” o “víctima de la explotación sexual”. La cautela y supuesto respeto se da en círculos intelectuales reducidos, o en escritos con poca difusión. Pero cuando se busca visibilidad para alguna causa, la consideración por las prostitutas desaparece: “si querés vestite con tus ropas más putas para que el mensaje se imprima en las retinas de cualquiera”. El término y el disfraz impactan y por eso se sacan del armario. Y ante el inaudito gesto de excluir mujeres cuya actividad, atuendo y denominación se instrumentalizan, las feministas callan en coro.
Sería graciosa en España una marcha de los sudacas sin sudacas. Vascos, gallegos o extremeños con ponchos y alpargatas, acompañados por una banda de catalanes y canarios. Es previsible la indignación feminista con cualquier marcha de una minoría sexual que excluyera a la minoría. Como una Queerwalk al margen de Colombia Diversa, del colectivo LGBT, y de representantes o simpatizantes de los verdaderos queers. Sólo varones hetero disfrazados, dejando clara su orientación sexual y marchando a nombre de esos.
Difícil concebir más discriminación e hipocresía con las mujeres que no invitan a la “Marcha de las Putas”. Sólo una incoherencia tan monumental como el del feminismo con la prostitución avala tal desdén.
Para protestar por la impunidad de las violaciones la slutwalk en Bogotá podría adoptar un nombre más idóneo. Pensar bien lo del disfraz, que puede reforzar prejuicios de policías y fiscales. Como se hizo en Panamá, deberían invitar a prostitutas verdaderas. Las disfrazadas podrían comprobar que esas existen, que también son mujeres y que no están encadenadas; conocerlas y hablarles. Enterarse que también sufren violencia sexual y tienen otras cuitas: no sólo les pegan, a veces no les pagan. En Bogotá, sin poder denunciarlo como violación, ocasionalmente los patrones las obligan o las compañeras las presionan a atender un cliente que rechazan. Para ellas el no -la médula de la marcha- no siempre es no. Una lección de putas es que imponer el ¡NO! también se aprende con la edad.
El movimiento LGBT, tan integrado al feminismo, podría aprovechar la marcha para extenderse a quienes insisten que esa es también una opción sexual.
Sobre la eventual denominación “Marcha de las Promiscuas”, queda la duda de si existe tal disfraz. Los recuerdos estudiantiles indican que no. En la indumentaria femenina audaz había bastante juego de roles. Mucha buchipluma se decía. Las verdaderas promiscuas tenían su propio estilo bien definido, inconfundible, como corresponde a quien tiene la sartén por el mango. Las biografías de esas mujeres tampoco sugieren una indumentaria homogénea: nada tan distinto de George Sand como Clara Bow. ¿Será mejor proponer algo como la marcha “de las ingenuas” o “de las mojigatas”? La pancarta de unas chilenas disfrazadas para la slutwalk dice mucho: “¿Putas?, quizás. ¿Tontitas?, ¡jamás!". Preocupa que esa sea la nueva generación de feministas.