lunes, 23 de enero de 2012

Las mujeres y los niños primero


Publicado en La Silla Vacía, Enero 24 de 2012

La famosa consigna surgió en el hundimiento del Birkenhead en la costa de Suráfrica en 1852, plena época victoriana. En el Titanic, con imperfecciones, fue un criterio para embarcar en los botes salvavidas. Pero el clasismo resultó más determinante: en tercera clase iban las familias de inmigrantes, y murieron dos de cada tres niños.
Entre las supervivientes de primera, había tres feministas que recibieron críticas de una líder por subirse al bote. Otra pasajera llegó tarde al último salvavidas y rogó que la dejaran montar pues su esposo e hijo la esperaban. Ante la negativa, un abogado mexicano, Manuel Uruturchu, le cedió su puesto pidiéndole que visitara a su esposa para contarle por qué él no llegaría. La ingrata, que no era casada ni madre, tardó doce años en hacerlo.

Una camarera relató que las mujeres fueron forzadas a subirse en los botes. Eso no concuerda ni con la mitad de las de tercera que murieron ni con las pocas de primera que rehusaron ser rescatadas, como Ida Strauss, esposa del fundador de Macy´s que ya en el bote decidió devolverse. “Hemos vivido muchos años juntos; a dónde vayas, yo voy”. Al capitán Edward John Smith, casado y con una hija, se le vio por última vez en cubierta dando órdenes. No hizo ningún esfuerzo por salvarse.

En un Titanic a la colombiana Leszli Kally, pasajera del avión de Avianca secuestrado por el ELN en 1999, relata que su padre, también rehén, propuso “que había que presionar para que soltaran primero a las mujeres”. La iniciativa fracasó pues un piloto “alzó la voz y dijo que no sería así, pues él tenía el mismo derecho de salir que cualquier mujer”.
Alcancé a ser educado para cederle el puesto a las mujeres en el bus. Siendo niño, una tía que visité en Nueva York me aconsejó no hacer eso por ningún motivo. “Acá a las mujeres no les gusta”. Fue la primera vez que oí la palabra feminismo. Quedé confundido pero “bueno, mejor para mí”. Incluso antes de esa licencia, mi urbanidad infantil no daba para un gesto como el de Uruturchu, y eso no lo digo con orgullo.

Cuando llegué a la facultad de economía, me sorprendió aprender que un famoso escocés había demostrado que no importaba ser egoísta. A esas alturas yo estaba tan formateado con un cuchuco de valores cristianos, chapinerunos, republicanos, hippies y mamertos que no le saqué el jugo a ese ¡hágale, no sea pendejo!

En mis incursiones por el feminismo he caído en cuenta de un nuevo “deber ser”. Sólo para mujeres, es algo como “siempre has sido víctima; ahora, tú defines tus derechos; convierte en amenaza lo que no te guste y en machista a quien discrepe”. Hollaback! es la caricatura del nuevo paradigma. El precepto basado en la ega (el ego femenino) ya no es la sinvergüencería de los economistas, un sálvese quien pueda.  El egocentrismo es explícito y prescriptivo: “tienes que pensar sólo en ti”. El sacrificio, más que ignorado, quedó estigmatizado.  

Los machos nos adaptamos por naturaleza. Si está out el altruísmo, y sólo toca no agredir, tanto mejor. Carpe diem. Al anotar que me parece un hombre de la época, no busco defender a Francesco Schettino, el capitán del Costa Concordia que adoptó sin atenuantes el lema econominista de “haz lo que te convenga”. Da curiosidad saber dónde hubiera podido aprender este individualista tan primario, este capitán cobarde, lo que desde la barrera le reclaman: sacrificarse por los demás. Dos posibles sitios, cuartel y seminario, están tan desprestigiados que dudé mencionarlos. Un convento le hubiera encantado al ragazzo, pero no se usa para hombres. Los políticos y los guerreros insisten que se sacrifican por otros pero nunca cuentan donde les enseñaron. Y entre muchos de esos y Francesco, que venga un fiscal y escoja. Hasta ahora no se sabe de beneficios más allá de su pellejo. Ojalá pudiera decirse lo mismo de los carruseles que se hunden. 

De todas maneras, yo evitaría una relación comercial, laboral o de amistad con Schettino, incluso con el piloto de Avianca. Preferiría de lejos al capitán Smith, a Uruturchu o a las señoras que murieron con sus esposos. Mis preferencias al votar en una elección popular o para la junta administradora de una copropiedad serían las mismas.  
Iría más lejos. Si el objetivo es que mujeres y hombres tengamos los mismos derechos, yo intuyo que a pesar de su machismo esos patriarcas y sus esposas ofrecían un terreno más fértil para la igualdad que Francesco y mucha gente moderna, verbalmente progresista y sin prejuicios de género pero con un ego monumental y una retórica igualitaria que no debe pasar la prueba de un susto menor que el del Concordia. 

Machistas como los que se hundieron parecían tener capacidad de empatía. Eran cultos, hacían las tareas, debatían respetuosamente y estaban formateados para acatar y cumplir leyes o normas sociales impuestas, incluso las que atentaban contra sus vidas. Muchos y muchas tendríamos mucho que aprender de Smith (no sólo Adam sino Edward John) o de Uruturchu. Quien está  dispuesto a hundirse con su barco o cederle el puesto en el bote a una desconocida, bien puede apoyar una lista de ajustes menos drásticos y más razonables que ahogarse. En la búsqueda utópica del mundo no machista tal vez se desperdició una buena materia prima: la gente bien educada a la antigua. Qué confusión tan macha la que tengo por ese schrettino.