Brasilia fue concebida como la ciudad del futuro, la realización de la utopía. El primer desfase entre proyecto y realidad fue la masa de obreros que llegó para la construcción. Se esperaba que los llamados candangos volvieran a sus lugares de origen. Pero se instalaron alrededor de la megaobra demandando servicios y títulos de propiedad. En 1980, el 75% de la población de la metrópolis perfecta vivía en asentamientos que no habían sido planeados.
Los antiguos ingenieros de sistemas -la generación IBM 370- siempre pregonaron que la informática pasaba por el centro de cómputo. Fueron arrollados por la tecnología que despreciaban: los micros, el ratón y Steve Jobs. El puntillazo final fue Linux. Nadie previó que un sistema operacional pudiera salir del trabajo parcial de miles de usuarios conectados por Internet. Eso logró Linus Torvalds al revolucionar la forma de hacer programas. Un texto en la red ilustra las dos estrategias de desarrollo de software -la programación estructurada y la arquitectura abierta- con una metáfora poderosa, La Catedral y el Bazar, que sirve para Brasilia e incluso para el aborto en Colombia. Distingue dos formas de ver el mundo y resolver problemas: desde arriba, con un sínodo de cardenales, expertos, ilustrados, deductivos y perfeccionistas. O desde abajo, con enfoque bazar, informal, descentralizado, artesanal, intuitivo, observador, modesto, astuto y adaptado al entorno.
La sentencia C355 sobre aborto es catedral. No surgió, de las bases, de la tutela, sino de un sofisticado ejercicio académico. El trabajo previo amerita un Cum Laude, ha generado trascendentales debates, se considera un gran avance legal, pero su impacto real ha sido nimio, tal vez contraproducente.
El misoprostol está revolcando el aborto, como los candangos Brasilia y Linux la programación estructurada. La historia del uso de este fármaco, típico bazar, refleja la astucia de las latinoamericanas para apropiarse de sus derechos reproductivos sin intermediarios, ni doctrinas, ni jueces, ni protectoras ilustradas, ni recursos oficiales. También muestra cómo legislaciones represivas y caducas se vuelven tigres de papel.
Hace unos 20 años, fueron las mismas mujeres, brasileras, quienes descubrieron el aborto con este fármaco que se vendía como medicamento para la gastritis. Se recomendaba no tomarlo esperando, pues podía causar aborto espontáneo. Las que se vieron enfrentadas al embarazo y a la ilegalidad, lo utilizaron como no tocaba: para inducir abortos. Físicamente, el efecto es similar a una pérdida espontánea, con el mismo riesgo para la salud. Con misoprostol por vía oral sublingual, nadie puede saber que el aborto es artificialmente espontáneo. Así, tras su IVE casera, las mujeres pueden acudir a los servicios de salud. La verdadera revolución fue deshacerse de las redes clandestinas del aborto y, también, de las intelectuales dogmáticas que señalan cómo deben hacerse las cosas. Quedó patas arriba el discurso del peligro mortal de la clandestinidad, tan apreciado por quienes promueven la legalización como bandera política.
Desde entonces ha habido más investigación y mejoras al misoprostol. En la actualidad para la OMS es un medicamento esencial. No sólo por anti-gástrico sino por su eficacia contra la hemorragia post-parto, causa líder de mortalidad materna. Con precio muy inferior al de otros abortivos (U$ 20), es estable a temperatura ambiente. Se almacena en una repisa. No hay chance que ante la comunidad internacional que la adopta, las cavernas locales, con fronteras porosas, vayan a declarar otra guerra contra una droga maldita.
Su estirpe informal y tercermundista ha hecho que en España, con IVE legal disponible, el aborto casero sea “el método más popular entre las inmigrantes suramericanas ... Se calcula que cada mes, alrededor de 1.000 mujeres, sobre todo brasileñas, colombianas y ecuatorianas interrumpen su embarazo en las primeras semanas introduciéndose en la vagina varias pastillas de misoprostol”. Aparecen nuevos lemas: “aborto, más información, menos riesgos”, o “essa hipocrisia dá hemorragia”. Un barco viaja por el mundo suministrando la pepa fuera de las aguas territoriales. Un médico abortista español reconoce que ya su papel es secundario. Lesbianas y Feministas argentinas muestran “cómo hacerse un aborto con pastillas”. La esencia de la actividad cambió. Parteras clandestinas y agoreras ilustradas se quedan sin oficio.
Mientras esto pasa en el mundo, en Colombia se nos dice que nada ha cambiado. Cardenales tradicionales o laicos no cesan de alarmar a las usuarias con el pecado o la cárcel. Las feministas hacen el juego anunciando peligro de muerte. Insisten que la vía del futuro es la jurisprudencia de las tres excepciones. A pesar de que, cual camino colonial para tractomulas, la C355 no cubre ni al 0.2% de las abortantes y sufre sabotajes. Al bazar del lado, acuden cada vez más mujeres. La acogida del misoprostol es indudable. Se estima que la mitad de los abortos en Colombia ya se hacen así. Y la tecnología se propaga sólida e informalmente, como el bazar.
Desde la cúpula se anuncian conspiraciones o catástrofes sociales, legales y políticas. Se alista la retórica pro y contra el plan B, la objeción de conciencia. Abajo, para la mayoría de abortantes los objetores y el debate son irrelevantes. No llegan al sistema de salud a que les practiquen una IVE excepcional sino a exigir que les controlen el sangrado de la que se hicieron en su casa. A ellas esto tampoco les debe importar, pero hay que reconocerles que desde el bazar están revolcando, técnica y legalmente, el aborto. Larga vida sin complicaciones a las insumisas del misoprostol.