En los pueblos del adriático italiano hay un activo turismo sexual. Con fama de amantes latinos, los jóvenes cortejan extranjeras mayores. La vigilancia sobre las muchachas es severa, hay poca prostitución, así que la actividad sexual de los solteros es veraniega. Ya casados y mayores acuden a una red de contactos, un “elaborado y cuasi institucional sistema de affaires extramaritales con mujeres de la zona”. El adulterio es la regla y no la excepción. Casi todos los hombres tienen una amante que visitan regularmente. Los más prestantes tienen amoríos con señoras de su clase social para abajo. El único tabú es la relación entre una mujer mayor y un joven soltero.
Comparando este entorno con las etnografías de otros lugares y con la historia de las parejas, la antropóloga Helen Fisher concluye que “la tendencia del ser humano hacia las relaciones extramaritales parece ser el triunfo de la naturaleza sobre la cultura”.
A diferencia del adriático, donde los cuernos son parte del paisaje, en Colombia la infidelidad es a veces devastadora. “Me enfermé … se me acabó la vida, me quitaron el piso. Me morí … Terminé hospitalizada, deprimida, descontrolada” (Susana). “Te duele el cuerpo, te duele el alma, te duele la razón, te duele la fe, te dueles tú misma por crédula, por boba … No dormía ... Me sentí anulada en mi trabajo … El tsunami, como yo lo llamo, me devastó ... he bajado 8 o 10 kilos” (Juanita). “Ha sido el dolor más salvaje, más horrible, más profundo que he sentido en mi vida. Ni siquiera cuando se murió una persona de mi familia que quise mucho” (Jorge).
Los testimonios no permiten conclusiones tajantes en este terreno. Una de las pocas regularidades es que la aventura casi siempre termina por factores ajenos a los enamorados clandestinos. Los celos pueden convertir al doliente en el hábil sabueso que echa todo a perder. La variedad y complejidad de los casos sugiere cautela para interpretar los pocos datos sobre infidelidad duradera en Colombia. Queda claro que los hombres son más propensos (18%) que las mujeres (8%) a tener más de una pareja sexual regularmente, pero no mucho más. Este 10% de diferencia implicaría que los arreglos con sucursal HMM (hombre con dos mujeres) superan a los MHH en más de 1.5 millones. Una cifra monumental, equivalente al 30% de las uniones libres en el país. Que el perfil por edades de quienes juegan en dos pistas tenga forma de cuernos es tentador para las metáforas, pero no fácil de explicar.
Entre estudiantes universitarios, la proporción de infieles habituales es un poco mayor, pero la brecha del 10% se mantiene. A diferencia de los cuernos esporádicos, que casi no dependen de los antecedentes familiares, la infidelidad paterna contribuye a que los estudiantes varones mantengan más de una pareja sexual, multiplicando los chances por tres. En las mujeres, estos factores no influyen. Para ambos, la costumbre se inicia con los noviazgos en paralelo.
Una ventaja de los italianos del adriático sobre los colombianos es que en materia de cuernos no parecen tan perdidos. Tienen ideas claras sobre lo que se puede hacer. La cosa no es tan desbalanceada: ellos y ellas tienen su amante. Además, la infidelidad se adaptó a la tradición, a la idiosincracia y a las estaciones locales.
Todos los datos sobre infidelidad en el país apuntan a un liderazgo masculino. El 56% de los estudiantes encuestados percibe a su papá como infiel. Sólo el 15% anota eso de la mamá. La comparación de la infidelidad de los padres según su estado civil muestra que el de separados se asocia con la percepción de mucha más infidelidad del papá, y mayor incertidumbre sobre la de la mamá. No es posible saber qué vino primero, si los cuernos o el rompimiento. En todo caso, papá difiere mucho de mamá.
No existe información sistemática sobre las causales de separación, pero no es arriesgado suponer que la infidelidad tiene, como en otros países, un peso importante. En esta muestra, haber tenido padres separados multiplica por siete la probabilidad de considerar al papá infiel. Para la mamá la asociación es débil.
Con más terreno preparado, tras el rompimiento el ex se empareja con mayor facilidad: según el último censo, en el país hay cerca de 1.6 millones de mujeres separadas contra 800 mil hombres. Tampoco hay datos, pero lo más probable es que si hay hijos, quedan a cargo de ellas. Con tanto ingreso no declarado eso se traduce en aprietos financieros. Miles de colombianas persiguen a padres irresponsables con demandas por alimentos, que en su mayoría se inician cuando él se va con otra. Como se vio, los tríos HMM son más del doble de los MHH. En síntesis, en Colombia la infidelidad golpea más a las mujeres.
Cuando hay cuernos duraderos, rara vez se trata de algo trivial o inocuo. El engaño hace daño. Entre las adolescentes, la principal razón para terminar una relación es la infidelidad del compañero. El 41% de los universitarios recuerda haber sufrido en su casa un incidente “con consecuencias graves para la familia”. Ser víctima de una infidelidad, según las terapeutas que ofrecen los testimonios citados atrás, puede ser un verdadero trauma que genera “una ruptura en la integridad psicológica”. Las personas afectadas llegan a comparaciones con el duelo por un familiar, o con un tsunami. La asociación, misteriosamente ignorada, entre cuernos, celos y violencia en la pareja es tan persistente y compleja que merece capítulo aparte.
Un aspecto enigmático de la infidelidad en Colombia, es el desinterés del feminismo por algo que afecta seriamente a tantas mujeres. Desconcierta que cuando la vocera más visible tocó el tema, fue trivializando la deslealtad y sin ninguna consideración por las dolientes. Este silencio y tan insólita actitud sugieren que la infidelidad no encaja con varios puntos de la agenda feminista.