domingo, 2 de octubre de 2011

"Es mi cuerpo, yo decido". Un lema ya caduco.

Publicado en la Silla Vacía, 13 de Septiembre de 2011
Aún estando de acuerdo con que la mujer sea quien decide sobre su embarazo, es imposible endosar la estrategia adoptada en Colombia para defender ese derecho. En particular, ha sido un error plantear que se trata del cuerpo de la mujer, ignorando que el asunto involucra a la pareja. Lo más lamentable es que, al sacar a los hombres del debate, se perjudica a las mujeres. En el terreno político, se pierden eventuales aliados en la larga lucha por la legalización. En el ámbito de la pareja, la consigna, más que inapropiada, ya es contraproducente.
La inquietud me surgió en un seminario sobre género en la Complutense de Madrid. Una de las compañeras hizo su trabajo final sobre el aborto entre universitarias. No realizó una gran encuesta, tan sólo unas veinte entrevistas. Pero el escenario descrito era elocuente. Es él quien, normalmente, se opone a usar condón. No por religioso, ni por dominante, ni por que quiera tener un hijo, sino por puro irresponsable. Por hartera, porque le gusta más al natural, porque estuvieron en el botellón o porque no los compró. A veces porque, joder, ya llevamos tiempo saliendo, y te digo que hoy no pasa nada. La situación debe ser común en España. Es la que inspira la campaña  Sólo con condón, en uno de cuyos clips ella se levanta del sofá y se va diciendo "con condón, o yo sobro".
No siempre el desenlace es como la publicidad sugiere. Ella, a veces también con tragos, cede. Después de varios rollos, viene un retraso y ella se preocupa. Él insiste en que no pasa nada. Con la prueba de embarazo positiva, la angustia para ella ya es crítica. Contar o no en la casa, estudios o crío, IVE o no IVE. ¿Qué hacemos? Él sigue tranquilo. Pasó lo peor, pero no pasa nada. Sintiéndose protegido por el discurso, es él quien acude a la fórmula salvadora: "oye tía, es tu cuerpo, decide tú". Por lo general, él se va tranquilo con su música, su rollo y su no pasa nada a otra parte. Unas IVE, otras no IVE, pero las secuelas recaen sobre ellas y sus familias.
Sorprende que esta situación tan elemental de incentivos perversos aún no haga parte del debate sobre el aborto en Colombia, tierra fértil en machos irresponsables dispuestos a coger cualquier papaya que les den. Ya en los años noventa, se encontró que en Colombia “una baja proporción de mujeres relató situaciones de decisión compartidas con los hombres". Lo más probable es que con la extensión de la doctrina "mi cuerpo es mío, yo decido" hayan aumentado los copartícipes del embarazo sorpresivo que se lavan las manos, libres de cualquier responsabilidad.
La consigna no ha sido inocua. Ni siempre es explícita. En el reciente trabajo de Guttmacher se percibe el legado de la desafortunada doctrina centrada en el cuerpo de la mujer: a duras penas se mencionan los hombres. Desde la carátula, con una joven sola y preocupada, se percibe el mensaje: el lío es de ella. Su parejo ni siquiera aparece borroso en un segundo plano.
El contenido del informe corrobora la primera impresión. El aborto inducido parecería un problema exclusivamente femenino. No sólo son ellas las que “enfrentan la dura realidad del embarazo no deseado”. También son ellas las que tienen la capacidad de evitarlo. Son ellas las que desean familias más pequeñas y son ellas las responsables del uso efectivo y consistente de la contracepción. Fuera de los médicos y los proveedores del sector salud, una de las pocas oportunidades en las que se hace alusión a los hombres es para referirse a los que le impiden a las mujeres buscar atención después de una complicación en el aborto. Es poco el interés por el papel actual del parejo en los embarazos indeseados o en la decisión de interrumpirlos. Parece persistir la idea que ellos siempre se oponen. La irrelevancia del rol masculino es tal que los anti conceptivos se mezclan apresuradamente, y la píldora se agrupa con el preservativo en los métodos “que requieren re-abastecimiento”. Así, implícitamente se supone que ellas controlan tanto la pepa como el condón. Eso, a pesar de que se señala que “el aumento en la proporción de mujeres solteras que son sexualmente activas ha tenido un impacto en los niveles actuales de embarazo no planeado”. O sea, un escenario más consistente con el forcejeo del clip español que con la autonomía contraceptiva de la mujer. Ya en el 2005, el condón era el método más popular entre las adolescentes colombianas y, además, entre las que no usaban ningún método, la principal razón era la oposición de la pareja. Actualmente para él, que sea la mujer quien decida -porque se trata de su cuerpo- sería más una garantía que una desafío: “aún sin condón, a mí no me pasa nada”.
El supuesto, a veces explícito en el debate, que ellos no aceptan el aborto porque quieren imponer más hijos en una pareja establecida, está caduco. Ya no se trata tanto del patriarca que busca una familia grande sino cada vez más del Peter Pan que, como el tradicional amante, no quiere asumir nuevas responsabilidades. En este contexto, insistir que un embarazo sorpresivo lo debe resolver la parte anfitriona de las secuelas es, como principio de responsabilidad extracontractual, uno de los más insólitos que se puedan oir. La consecuencia de la consigna es tan obvia como perversa para ellas: el causante masculino puede lavarse las manos. Más que un desacierto, es un verdadero papayazo.
La defensa de los derechos reproductivos de las colombianas no mejorará con una consigna importada, acuñada en otras latitudes, pertinente para otra época, desconectada de los hombres y alejada de las circunstancias reales que llevan a los embarazos no planeados en el país. El lema hace rato dejó de ser un arma contra el machismo. Ahora es como un autogolazo que favorece a los irresponsables y perjudica a las mujeres.