Publicado en La Silla Vacía el 9 de Agosto de 2011
En una sentencia (T-629/10) que será histórica, la Corte Constitucional defendió los derechos fundamentales de la señora Lais, una prostituta, al revisar una tutela contra el bar donde trabajaba. No es seguro que la sentencia se discuta mucho en Colombia. Pone en aprietos a sectores feministas que admiran esta instancia jurisdiccional pero, simultáneamente, se oponen férreamente a hablar de derechos laborales en el mercado del sexo. Allí, insisten, todo es forzado, sólo “tráfico de seres humanos con fines de explotación sexual”.
Sin terciar en el debate sobre la prostitución como trabajo, llama la atención lo que motivó la tutela: un embarazo. Lais quedó esperando, no abortó, le informó de su estado al empleador, este le dijo que siguiera laborando como de costumbre, pero ella le anotó que por ser mellizos era un caso de alto riesgo. La pusieron entonces a administrar el bar. Después, otro empleado asumió las funciones de Lais, le cambiaron el horario, y un buen día la devolvieron para su casa. Se trataba de una futura madre no primeriza. Así lo expresó ella en la tutela. “(Soy) madre soltera cabeza de familia a mi corta edad de 24 años, vivo en una pieza en el Barrio Jerusalén con mi hijo de dos años y medio”.
No queda claro en la sentencia si el padre de los mellizos es el mismo del hijo anterior. Lais anotó, que “el papá está en la cárcel”. Los mellizos habrían sido concebidos en una visita conyugal. Una ironía del caso, es que el padre del hijo de una prostituta en la cárcel es el escenario con el que sueñan algunas feministas para proteger a estas mujeres.
Lais encarna una figura que para el feminismo contemporáneo virtualmente no existe y desafía la dicotomía que le atribuyen al patriarcado: madre o puta. En Colombia, esta doble condición es común. En Bogotá algo como el 90-95% de las prostitutas registradas tienen hijos. Se sabe que por lo menos una de las guarderías del Distrito está informalmente especializada en hijos de prostitutas. O sea que Lais no es atípica. Por el contrario, la maternidad es un rasgo característico de las prostitutas colombianas.
Una pregunta pertinente es dónde y cómo conocen las prostitutas a los padres de sus hijos. Sobre eso se saben cosas que el oscurantismo no ventila pues, como Lais, atentan contra la doctrina. Pero la cuestión es tan obvia como tratar de adivinar a quien le compraría un mecánico automotriz un carro de segunda mano. Entre los clientes de la prostitución existe un sistema de fidelización cuyo segundo nivel es elcliente especial, seguido del novio, después del amante y por fin del marido. En Bogotá es con esos términos. Con el marido se tienen hijos, y esa es una eventual salida del oficio, tal vez la más buscada. Si el elegido no responde, se retorna al mercado para volver a intentarlo. El eventual padre, claro está, entre más solvente mejor. Cuando se percibe que es un muy buen partido, se toman atajos en el programa de fidelización. Brenda relata que Rasguño “tuvo sus reinas, su gente de televisión, pero con las prostitutas se cuidaba mucho, todas eran unas bandidas que querían meterle un hijo”.
Sería arriesgado insinuar que existe un patrón tan regular y predecible para todas. En lo que hay que insistir es en la falsedad del dogma que, sin mayor evidencia para Colombia, postula que siempre son mujeres “engañadas y obligadas por los traficantes a trabajar en la prostitución en contra de su voluntad y en condiciones de esclavitud”. En el caso de Lais, la Corte Constitucional constató que, a pesar de su precaria situación, no había mafias, ni rufianes, ni amenazas. Todo informal, de palabra, despiadado, pero contractual. Es lo típico en el país y entre las compatriotas en Europa. Diez años antes de Lais, Alvaro Sierra hizo en El Tiempo un perfil de la Veterana, una “niña casi bien” de colegio de monjas que, convencida por Amparo en un viaje de bus, decidió irse de prostituta. Y lo fue por el resto de su vida. Tuvo amores, amantes, esposos e hijos. Nada de mafias ni sexo forzado; pura elección, si no racional, por lo menos instintiva, y de por vida.
La alta tasa de maternidad entre prostitutas podría ser una peculiaridad colombiana, o latina. Pero los romances de burdel ocurren en muchas partes. Entre prostitutas londinenses, el término trabajo sexual se usa cuando el sexo es sin romance, o sea con extraños. Ahí no se dan besos, y es con preservativo. Pero no siempre ocurre así. También está el novio, o el sugar daddy, que pueden surgir de la misma clientela.
En España, el mismo dilema fue llevado a la pantalla por Fernando León de Aranoa en Princesas. Caye, prostituta madrileña, le confiesa a su colega dominicana Zule que añora no tener quien la quiera. Un día conocen dos hombres en un bar, y a la salida se preguntan si a esos los van a tratar como novios o como clientes.
Si viviera en Colombia, tal vez Caye diría que lo más duro de ser puta es no tener quien hable de tí como mujer adulta en la prensa, o en los informes de ONGs. Que te sigan tratando como menor de edad, que te ninguneen y pretendan rescatarte sin siquiera preguntarte lo que quieres. Y que las feministas se preocupen tanto por los trans, o por el aborto en condiciones atípicas, y tan poco por tus derechos, o los de la señora Lais, o los de decenas de miles de colegas, sin siquiera averiguar cuantas son.
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