Publicado en la Silla Vacía el 2 de Agosto de 2011
Si el número de abortos anuales se ha exagerado y a quienes recurren a la práctica les han quitado años y estratos, las referencias a las condiciones en que se realiza la IVE en Colombia compiten con la pluma de Felix B Caignet.
Como si la tecnología se hubiera estancado en las agujas de tejer y las sondas caseras que provocaban la infección para expulsar el embrión, se sigue señalando que abortar es una operación con altísimo riesgo. "Se hacen en condiciones absolutamente pavorosas. Es jugar con la muerte realmente". Se habla de “toda una industria artesanal de abortos peligrosos” realizados en cuchitriles insalubres. Sin mencionar la fuente, se afirma que “en Colombia se siguen muriendo al año miles de mujeres por abortos mal practicados”.
Los datos disponibles muestran otra cosa. Ya para mediados de los noventa, según un estudio realizado en el Externado, el aborto de alto riesgo se había reducido significativamente y la aspiración, cuyas complicaciones son mínimas, era el método más utilizado. De acuerdo con un trabajo del DNP las defunciones maternas por aborto habían bajado sustancialmente desde 264 en 1983 a 119 en 1995. Ese último año, las muertes maternas, por cualquier causa, no llegaron a mil. A ese mismo ritmo, la tasa de mortalidad de los abortos sería en la actualidad casi despreciable.
En aquella época, una de cada cinco mujeres recurría a los fármacos. Lo hacían a través de ginecólogos. Es válido pensar que ese es el método que más ha ganado usuarias en el país. La prueba casera ha facilitado la detención temprana y sin intermediarios del embarazo, y ha reducido los riesgos de un procedimiento que, en caso extremo, ya podría ser doméstico. Incluso a esta opción se le sigue colgando la etiqueta del peligro de muerte. Como si el objetivo fuera asustar, se anuncia que una mujer puede “consultar al Doctor Google y comprar las pepas por Internet” pero, ojo, “arriesgando su vida”. De pasada, se acusa a los médicos de ser, todos, unos fanáticos dispuestos a dejar morir a una mujer por complicaciones de un aborto con fármacos. Hace mucho se sabe que los ginecólogos no son espías de la arquidiócesis. Y que sus consultorios no son unos antros.
Las condiciones sanitarias de alto riesgo que tuvo que enfrentar Florence Thomas son aún más lejanas que Mayo del 68. Fue por esa misma época que Magdalena León vio una maleta con una carga macabra, el cadáver de una mecanógrafa de 24 años, que "trazó la ruta" de sus preocupaciones. Un falso médico "le había practicado un aborto y, por accidente, la paciente había fallecido". A pesar de la ilegalidad, estas historias han ido desapareciendo gracias al impresionante avance tecnológico que ha permitido reducir drásticamente el riesgo de la IVE.
Hace tiempo que clandestino dejó de ser sinónimo de mortal. Ya desde los años noventa, dos de cada tres de las mujeres calificaban su aborto como "adecuado o realizado con profesionalismo". Con la mayor disponibilidad de la IVE farmacológica, que redujo la mortalidad, las opciones peligrosas han perdido relevancia progresivamente. En varios países los abortos quirúrgicos, de mayor riesgo, son ya una práctica en desuso.
Ante semejante avance tecnológico, no se entiende hacia quien va dirigida la estrategia tremendista pro aborto en las columnas de opinión. El melodrama le debe ayudar poco a una pareja de adolescentes despistados y en apuros. Ni siquiera a la mujer rezandera que a su cuarta sorpresa se convence de que ya basta. Por el contrario, pensarán que tienen que meterse al bajo mundo, a algún antro insalubre, para solucionar la emergencia, y que luego les caerá la Fiscalía. Con tanta tragedia irresponsablemente anunciada, las mujeres encartadas con un retraso se deben sentir menos inclinadas a apoyarse en las redes informales ya consolidadas. Se puede temer que la supuesta campaña emancipadora lo que está logrando es meterle miedo a las primíparas. Un testimonio de una mujer profesional, en los años 90, avala esta inquietud: "las historias de los medios de comunicación, tan horrible que han contado la situación que uno alcanza a atemorizarse".
Para reforzar el pánico, algún fanático -que no faltan y con el ambiente de confrontación se deben sentir más desafiados- podría traducir un afiche oficial ruso que pregonaba “el aborto es dañino, y puede llevarte a la muerte … quien lo practica comete un crimen”. El impacto real de esa campaña zarista y el del alboroto sobre la supuesta alta mortalidad en Colombia un siglo después, puede ser básicamente el mismo: disuadir a las potenciales necesitadas de una IVE.
La legalización del aborto hace más parte de la agenda política de quienes la promueven, que de las preocupaciones reales de las mujeres cuyos intereses dicen defender. Para sacarla adelante, cualquier recurso parece válido. Ni siquiera se ha tenido en cuenta que si de dramatizar se trata, los opositores la tienen ganada, en Colombia y en el mundo. Basta meterse en Google y pedir imágenes con la palabra aborto para quedar espantado.
El debate podría ser más realista, actualizado, sereno y frentero. O sea, una versión amigable del que con mérito promueve Florence Thomas, respaldada en su propia historia, así sea algo démodé. Ya se debería hacer explícito que no se trata de luchar por la salud de cientos de miles de jovencitas anónimas, maltratadas y sin recursos, que necesitan la legalización para no morir en antros insalubres -pero a quienes no parece interesarles el debate- sino por los derechos reproductivos de mujeres educadas que no se conforman con las migajas de la IVE en casos de violación o malformación del embrión. Gracias a la tecnología, que cada vez acerca la IVE a una contracepción ex-post, el asunto se vuelve más privado que de salud pública. Eso no hace la lucha menos válida. Así les fallen los cálculos, algunas mujeres quieren tener sus hijos cuando les dé la gana. ¿Cómo no apoyar, sin necesidad de más drama, una pretensión tan básica y elemental?