Otra versión de exceso transitorio de hombres la constituye la proximidad de cuarteles, campamentos o contingentes militares. Un ejemplo de este escenario, fértil como pocos para la prostitución, lo constituyen las bases militares estadounidenses en el Pacífico. En Filipinas, Corea del Sur y Okinawa un pujante comercio sexual sirve a soldados y marinos de estas bases militares. Moon (1997) habla de más de un millón de mujeres que habrían vendido servicios sexuales a los militares estadounidenses desde la guerra de Corea. Con eufemismos como “anfitrionas”, “animadoras especiales” , mujeres de “negocios” o de “consuelo” (comfort women) que atienden a los militares en sus períodos de “descanso y relajamiento” se ha consolidado, con el visto bueno de las autoridades tanto coreanas como estadounidenses, una pujante industria de venta de sexo. Los coreanos han sido menos benévolos en términos de denominación y hablan bien de “putas o princesas occidentales”. La misma autora sugiere que, en una insólita versión a gran escala de las antiguas alianzas tribales basadas en el intercambio de mujeres, estos gobiernos han visto esta actividad como una manera de mantener relaciones amistosas entre ambos países y mantener contentos a los soldados que han luchado por la libertad de los coreanos.
En España se observó algo similar. Con la llegada, en los cincuenta, de la Sexta Flota a Barcelona y la construcción de las bases de Torrejón (Madrid), Zaragoza, Morón (Sevilla) y Rota (Cádiz) “los permanentes programas de actividades de los soldados del Tío Sam se materializaban en un extenso florecimiento de lupanares allí donde ponían su delicada bota”. (García 2002 p. 69)
El establecimiento del servicio militar obligatorio en Francia, en 1872, también tuvo un impacto notorio sobre la actividad en las localidades dónde había cuarteles o puertos de guerra. A favor jugaba no sólo la alta concentración de hombres jóvenes solteros en un mismo lugar sino el que se encontraban, protegidos por el anonimato, alejados de las presiones familiares y pueblerinas, normalmente contrarias al comercio sexual. (Corbin 1982). El ejército francés, aún después de la prohibición de los burdeles, mantuvo en Argelia, hasta 1960, los Burdeles Militares de Campaña (BMC) (Nor 2001).
Un caso paradigmático en el que se combina el elemento de trabajadores inmigrantes, militares y con ramificaciones al turismo, con el apoyo de las autoridades inspiradas en la noción agustiniana del mal menor, es el de la isla caribeña de Curazao. En dónde el gobierno colonial holandés, en los años cuarenta, estableció el prostíbulo Campo Alegre –después Le Mirage- “para atander las necesidades sexuales de hombres solteros, tales como marinos holandeses, militares de los Estados Unidos y trabajadores migrantes de las multinacionales … (para) guardar el honor y la virtud de las mujeres locales” solamente se permitía trabajar a mujeres extranjeras”. (Citado por Claassen y Polanía 1998 p. 13).
Las consecuencias que tiene sobre la prostitución la cercanía con los militares en tiempos de guerra es más compleja puesto que la noción de intercambio o de venta de servicios se puede tornar confusa e incrementarse la incidencia de violaciones o abusos. En la Guerra Civil Española se dio, al parecer, un incremento del comercio sexual tanto del lado de los republicanos como de los nacionalistas, a pesar de que ambos bandos, por razones diferentes, buscaban erradicarlo. García (2002) sugiere tres explicaciones para el vínculo entre guerra y prostitución. Uno, la del carpe diem. “El ¡goza el día! De Horacio brilla como ningún otro astro. La inseguridad de si se vivirá mañana empuja a disfrutar del hoy, y ello explica que en la Guerra Civil Española, y por encima de ideologías tan dispares, la aproximación a la sexualidad fuese de similar frenesí en los dos bandos … se observa un enorme parecido en la materialización de los amores clandestinos y mercenarios” (García 2002 p. 52)
La segunda explicación es la de la miseria. “El cruel desarrollo de la guerra sería en sí un semillero de prostitución. Muchas mujeres en los dos campos hubieron de prestar sus cuerpos para conseguir techo, alimentos o la salvaguardia de la propia vida o la de algún ser querido” (Ibid. p. 54).
Está por último la que denomina el imperio de los sentidos. ““En tiempos de guerra, las fronteras entre la prostitución, el consuelo, la necesidad, el desahogo, el amor, el deseo y cualquier perversión de los sentidos, resultan en extremo volátiles” (Ibid. p. 55).
Los numerosos testimonios recopilados sobre violencia sexual y violaciones masivas en distintas guerras sugieren que, aunque con diferente intensidad, y bajo distintas formas, se puede hablar de una asociación entre uno y otro fenómeno. Tal vez el caso más analizado es el de Bosnia-Herzegovina. (Stiglmayer 1994). Wood (2004), resume los casos de las tropas soviéticas en Alemania, las japonesas en China, y los conflictos de, Sierra Leona, Sri Lanka y El Salvador.
En los conflictos de baja intensidad el fenómeno puede ser aún más complejo, pues al lado del florecimiento de las actividades de prostitución en ciertas zonas, se pueden presentar, mezclados con las tareas de soporte a los combatientes ejercidas por las mujeres, esquemas de reclutamiento forzoso de menores con objetivos sexuales, que se complican aún más con las retaliaciones a raíz de los cambios de control de los territorios. De acuerdo con Moon (1997) la primera de las varias generaciones de prostitutas que han ejercido en Corea desde la guerra prestaban servicios de apoyo a las tropas coreanas.
La prostitución inducida por las bases militares es tal vez la que mejor encaja en el tradicional esquema del mal menor tolerado e incluso promovido por las autoridades. De acuerdo con Moon (1997) en Corea, tanto las USK (US Forces Korea) como las autoridades coreanas han controlado donde, cuando y como las anfitrionas especiales trabajan y viven. Los servicios de protección y el control de los eventuales desórdenes son responsabilidad de las mismas estructuras militares que demandan el comercio sexual.