Desde cuando se establecieron sistemas de registro para las mujeres que ejercían la prostitución, se han observado enormes diferencias en la incidencia de tal actividad en lugares aparentemente homogéneos en cuanto a legislación y hábitos sexuales. Sereñana y Partagás, un higienista español, recopiló información sobre la prostitución registrada en algunas grandes ciudades a finales del sXIX y se observan diferencias de más de uno a veinte entre, por ejemplo, Bruselas y Viena. El mismo Sereñana muestra su preocupación por dos fuentes de imprecisión en las cifras: la prostitución clandestina y, en el otro extremo, la tendencia de algunas autoridades municipales a inflar las cifras. Se sale del alcance de este trabajo tratar de contrastar la hipótesis básica de desequilibrios demográficos para explicar estas diferencias a finales del siglo XIX.
Aunque en la actualidad no existe información para hacer este tipo de comparaciones, algunos datos disponibles permiten sopechar que el mismo patrón de enormes diferencias entre regiones se ha mantenido. La composición por nacionalidades de la prostitución en España en el año 2000, por ejemplo, muestra una participación considerable de mujeres provenientes de Brasil, Colombia y República Dominicana. Entre los latinoamericanos, los mismos países llevan el liderazgo en Holanda (Zaitch 2002). Fue de Colombia desde donde, a finales de los años setenta, comenzaron a llegar las primeras prostitutas latinoamericanas a Andalucía (Solana 2003). Se podría pensar que el peso de estos lugares de origen es simplemente proporcional al de los flujos migratorios totales. Lo que se observa, sin embargo, es que su mayor participación se mantiene aún como proporción del total de mujeres inmigrantes de cada nacionalidad: Colombia y República Dominicana duplican el promedio latinoamericano de prostitutas como porcentaje de las mujeres residentes, y Brasil lo quintuplica.
Una primera observación es que ninguno de estos tres países se destacan en el continente por su pobreza. Por el contrario, se trata de sociedades con un ingreso per cápita superior al promedio de América Latina. En el otro extremo, países muy pobres, como Honduras o Bolivia, contribuyen bastante menos al comercio sexual en España. En general, la correlación tan baja que se observa entre el ingreso por habitante y la proporción de mujeres inmigrantes que ejercen la prostitución en España no sirve de apoyo a dos de las explicaciones más comunes sobre el fenómeno: la pobreza y las redes de traficantes. Si la miseria fuera la causa, y los criterios mercantiles determinaran los flujos impuestos por las mafias, cabría esperar una composición de la prostitución latinoamericana en España proporcional a la población de cada país y, sobre todo, estrechamente asociada con los niveles de pobreza. No es eso lo que muestran los datos. Ni siquiera la abundancia de testimonios sobre los orígenes humildes de las prostitutas latinoamericanas puede tomarse como un respaldo a la hipótesis, por dos razones. Uno, porque estos testimonios lo que reflejan es que los países latinoamericanos son pobres, y por lo tanto en casi cualquier subconjunto de habitantes de esos países, incluso una muestra tomada al azar, habrá una alta proporción de personas de escasos recursos. Dos, porque, como se verá en detalle más adelante, una altísima proporción de las mujeres más pobres de estas sociedades muy pobres, permanece al margen de la venta de servicios sexuales. Por otra parte, no son escasos los testimonios de prostitutas, colombianas por ejemplo, de origen medio-alto, incluso con educación universitaria (Solana 2003). Más estrecha es la asociación que se observa (índice de correlación de 0.6) entre la prostitución por países y el índice de feminidad –la relación entre mujeres y hombres- de cada nacionalidad. Asociación que persiste aunque el índice de prostitución se haya construido con relación al número de mujeres inmigrantes de cada país.
Una primera observación es que ninguno de estos tres países se destacan en el continente por su pobreza. Por el contrario, se trata de sociedades con un ingreso per cápita superior al promedio de América Latina. En el otro extremo, países muy pobres, como Honduras o Bolivia, contribuyen bastante menos al comercio sexual en España. En general, la correlación tan baja que se observa entre el ingreso por habitante y la proporción de mujeres inmigrantes que ejercen la prostitución en España no sirve de apoyo a dos de las explicaciones más comunes sobre el fenómeno: la pobreza y las redes de traficantes. Si la miseria fuera la causa, y los criterios mercantiles determinaran los flujos impuestos por las mafias, cabría esperar una composición de la prostitución latinoamericana en España proporcional a la población de cada país y, sobre todo, estrechamente asociada con los niveles de pobreza. No es eso lo que muestran los datos. Ni siquiera la abundancia de testimonios sobre los orígenes humildes de las prostitutas latinoamericanas puede tomarse como un respaldo a la hipótesis, por dos razones. Uno, porque estos testimonios lo que reflejan es que los países latinoamericanos son pobres, y por lo tanto en casi cualquier subconjunto de habitantes de esos países, incluso una muestra tomada al azar, habrá una alta proporción de personas de escasos recursos. Dos, porque, como se verá en detalle más adelante, una altísima proporción de las mujeres más pobres de estas sociedades muy pobres, permanece al margen de la venta de servicios sexuales. Por otra parte, no son escasos los testimonios de prostitutas, colombianas por ejemplo, de origen medio-alto, incluso con educación universitaria (Solana 2003). Más estrecha es la asociación que se observa (índice de correlación de 0.6) entre la prostitución por países y el índice de feminidad –la relación entre mujeres y hombres- de cada nacionalidad. Asociación que persiste aunque el índice de prostitución se haya construido con relación al número de mujeres inmigrantes de cada país.
Se sale del alcance de este escrito explicar por qué Latinoamérica expulsa hacia España, y en general hacia Europa, más mujeres que hombres -para ninguno de los países de la región el índice de feminidad es inferior al 50%- o por qué de algunos lugares –precisamente dos de los de mayor contribución a la prostitución- las mujeres alcanzan a constituir el 70% de los emigrantes. Lo cierto es que esa característica de la inmigración latinoamericana parece estar teniendo consecuencias sobre los arreglos sexuales de los españoles, como también la tuvo la inmigración española –fundamentalmente masculina- hacia las Américas durante la colonia.
Caben dos comentarios más sobre estos datos. El primero es que los países latinoamericanos con una alta proporción de población indígena –como Ecuador, Bolivia o Perú - no ocupan un lugar destacado en el ranking de la prostitución latinoamericana en España, y esto probablemente tiene que ver con el hecho que la emigración desde esos lugares es equilibrada por géneros. No se pretende retomar teorías a la Lombroso, basadas en la etnia. Por el contrario, se podría pensar en elementos culturales que controlan los desequilibrios demográficos. Al respecto, se puede señalar que los datos por departamentos en Guatemala muestran el mismo patrón: a mayor proporción indígena en la población es menor el desequilibrio entre hombres y mujeres.
Dos, los países que más exportan servicios sexuales hacia España son precisamente los que cuentan con una alta proporción de población mestiza. De acuerdo con los datos de Peyser y Chackiel (1999), en Colombia el índice de mestizaje es del 71%, en República Dominicana del 70% y en Brasil del 40%. Por varios siglos en América Latina, y por efecto de una inmigración sexualmente desequilibrada, el mestizaje fue sinónimo de concubinato, amancebamiento y una alta proporción de hijos ilegítimos, algo que hasta épocas muy recientes en la práctica determinaba el porvenir de muchas personas.
En síntesis, los datos del comercio sexual en España en dónde, conviene anotar, están fijas tanto las condiciones de demanda por servicios sexuales como un idioma común, unos costos de transporte similares, unas actitudes, un régimen legal, y unas políticas de control relativamente uniformes, muestran una gran heterogeneidad en cuanto a los países de origen. A nivel de conjetura se puede plantear que los países latinoamericanos mejor representados entre las prostitutas en España corresponden a países con mayor incidencia, tradición y tolerancia de la prostitución. Se podría plantear que esta, entre muchos otros factores, podría estar asociada con el mestizaje. De manera totalmente especulativa se puede pensar que en las sociedades mestizas tiene más anclaje la prostitución no sólo por el punto ya señalado de la tradición de concubinato sino por la mayor facilidad para el intercambio sexual entre grupos extraños, una característica de la prostitución.
Otro elemento que vale la pena rescatar es que, a diferencia del far west estadounidense, o de la conquista de Australia, o del Río de la Plata a principios del siglo XX o el París de la industrialización, la prostitución latinoamericana en España es una versión moderna y globalizada de la que se dio en muchas ciudades receptoras de inmigración femenina. Esta caracterización tiene varias consecuencias. Uno, bajo este tipo de escenario el tráfico forzado de mujeres, la antigua trata de blancas, es muy poco pertinente como explicación. Muchas mujeres jóvenes, no sólo las prostitutas, ya están migrando de manera voluntaria y autónoma. Eso es lo que sugiere el sentido común y lo que muestra toda la evidencia disponible. Dos, reforzando la idea de desconexión con las mafias, este tipo de prostitución por superávit de mujeres ha estado normalmente menos ligada a la delincuencia. Tres, se puede aventurar como predicción una nueva versión de la venganza de Montezuma: un eventual aumento de los arreglos extramatrimoniales –lo que en Latinoamérica se denominó concubinato o amancebamiento- en una gama continua de intercambios de sexo (afecto) por dinero (seguridad económica, legalización) que harán cada vez más problemática la delimitación de la prostitución como actividad.