Un escenario fértil como pocos para e surgimiento de la prostitución es el que se podría denominar la prostitución de tierra de frontera que surge cuando un volumen importante de hombres solteros buscan fortuna y colonizan territorios hasta entonces poco habitados. Este sería el caso de la colonización de ciertas provincias Australianas, la fiebre del oro en el oeste estadounidense en el siglo XIX, la llegada de inmigrantes europeos que, por la misma época, se radicaron en Buenos Aires en un alto porcentaje sin familia, o las distintas fiebres de productos básicos valiosos –el oro, el caucho, la quina, las esmeraldas, la coca- que de manera recurrente se han presentando en América Latina. En tales escenarios, la escasez relativa de mujeres puede alcanzar dimensiones considerables. En San Francisco, California, a mediados del s. XIX había una mujer por cada treinta hombres. En el condado de Sacramento, por la misma época, las mujeres eran tan sólo el 7% de la población. En Buenos Aires según el censo de 1869 había, entre los extranjeros menores de 40 años, más del doble de hombres que de mujeres. Para algunas nacionalidades el índice de masculinidad alcanzaba el 300% (Guy 1994).
La situación de excedente de hombres también se ha dado en contextos urbanos, alejados de la frontera, como Paris durante la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1860 en lo que Corbin denomina un verdadero far west la inmigración a la capital francesa ha implicado un enorme desequilibrio de sexos. El déficit de mujeres, y en particular de jóvenes solteras es considerable. La situación de este “vasto proletariado masculino en estado de miseria sexual” se agrava con el flujo masivo de inmigrantes temporales –como obreros de la construcción- que vienen del campo. Todos estos factores estimularon el desarrollo de la prostitución popular. (Corbin 1982).
De cualquier manera, estos escenarios con un gran superávit de hombres solteros en busca de oportunidades económicas han sido generalmente en extremo propicios para la prostitución impulsada por la demanda. En California varios cronistas de la época hablan de una gran invasión de prostitutas (Pourner 1997). En Australia las eventuales fuerzas del mercado recibieron el decidido apoyo de la Corona Británica que en la segunda mitad del s XVIII y principios del XIX envió barcos enteros con mujeres convictas, muchas de las cuales eran prostitutas. “El exceso de hombres convertía a Buenos Aires en una ciudad excepcional de la Argentina y explicaba la fascinación que producía en las mujeres criollas e inmigrantes. Las mujeres pobres podían servir de diversión de los inmigrantes solteros y a los nativos que buscaban relaciones sexuales ilícitas. En el años que se realizó el censo (1869), había 185 prostitutas declaradas y 47 rufianes trabajando en Buenos Aires … Los funcionarios del censo estimaban que (estas cifras) representaban sólo un 10 por ciento del total”. Guy (1994 p. 40). En China, el déficit de mujeres jóvenes, ocasionado parcialmente por la política del hijo único se ha visto acompañado de un incremento en la prostitución (Edlund y Korn 2002).
En varias oportunidades, el simple restablecimiento del equilibrio demográfico ha sido suficiente para la reducción sustancial de las actividades sexuales por pago. Una vez que en Paris, hacia finales del s. XIX se estabilizó la inmigración, vinieron las familias y se impuso el modelo conyugal entre el proletariado se dio una baja significativa en la prostitución. (Corbin 1982). Algo similar ocurrió en San Francisco y en general en varias de los poblados californianos cuando empezaban a llegar las familias. De manera consecuente cambiaban no sólo la incidencia sino las actitudes hacia la prostitución.
No sólo la incidencia, sino ciertas características, consecuencias e incluso la aceptación social de la prostitución, y la correspondiente legislación, parecen depender de la naturaleza del desequilibrio demográfico. Aunque contrastar con rigor esta hipótesis sobrepasa el alcance de este trabajo, vale la pena simplemente ilustrarla haciendo énfasis en el punto que el escenario demográfico también es determinante de la relación entre prostitución y seguridad interior.
En los lugares denominados de frontera, con exceso de hombres solteros en busca de oportunidades, parece más crítico el problema de seguridad. Por una parte, la prostitución es más explícita y genera reacciones. Refiriéndose a las prostitutas extranjeras que, a principios del siglo XX, trabajaban en Barrancabermeja Hoyos señala que fueron puestas en la picota pública “por la forma espontánea y ruidosa como ofrecían sus servicios a los hombres: salían de sus cuartos o a las puertas de sus casas en ropas íntimas, incluso a plena luz del día, y con un acento afrancesado le ofrecían al primero que pasara echarse un polvo o hacer un amor”. (Hoyos 2002 p. 167).
En Buenos Aires a principios del sXX, lugar típico de este escenario, el comercio sexual fue algo tan visible que generó toda una cultura, la del tango, a su alrededor. Por otra parte, en ese contexto hay más violencia, en buena medida asociada con la competencia, textualmente a muerte, por un recurso escaso. Así, se genera una mayor necesidad de protectores para ejercer el oficio. No parece simple coincidencia que en el lunfardo, la jerga del tango, existan innumerables vocablos para la figura del rufián. Tan sólo en las palabras iniciadas por C del diccionario lunfardo –la jerga del tango- se encuentran caferata, cafiolo, cafirulo, cafisho, canfinfla, caraliso y cadenero.
El término rufián, en el sentido de protector de una prostituta, es un término casi desconocido en lugares donde, como Bogotá, la prostitución estuvo más asociada con la inmigración de mujeres. Se puede conjeturar que la relativa independencia con la que actúan las prostitutas colombianas en Europa, un asunto paradójico dada la gran cantidad y variedad de mafias disponibles en su país, tiene origen en esa tradición. Zaitch (2002) señala que a diferencia de sus colegas dominicanas, o de las mujeres africanas o de Europa del Este, desde la primera generación de prostitutas colombianas en Holanda pudieron deshacerse de los proxenetas –pimps- y construir una reputación de mujeres independientes y auto-empleadas.
Este escenario con exceso de hombres parece el terreno más fértil para el tráfico, la trata de blancas y las mafias. Es razonable argumentar que, sea cual sea la razón por la cual llegan a un lugar más hombres que mujeres, hay en ese escenario una ventana de oportunidad para el negocio del tráfico de mujeres, corrigiendo, mediante la coerción o el engaño, la falla del mercado demográfico. Por otro lado, se puede pensar que en esa situación se da un mejor estatus para las prostitutas, que por consiguiente son mejor comprendidas y aceptadas. “Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con la plata del mishé ? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quiénes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras los tiras lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera” (Arlt 1929).