"Con cada mujer que se separa o se divorcia, muchas personas
respiran mejor … Mujeres de todos los estratos y rincones de esta tierra
colombiana, incontables mujeres nacen a ellas mismas después de una
separación". Siempre me han intrigado las fuentes que respaldan las
afirmaciones sin matices de Florence Thomas, como estas que lanzó en una
columna con el provocador título de “Divorciadas y tan felices …”. No pocas
separaciones son eventos dolorosos y traumáticos, con costos para ambas partes,
beneficiando si acaso a quienes rápidamente encuentran un nuevo romance, o lo
traían guardado y cultivado.
Con la pregunta clásica del Estudio Colombiano de Valores sobre qué
tan felices se sienten las personas, hace un tiempo pude corroborar lo
observado en mi entorno cercano: las personas con una relación duradera –noviazgo,
matrimonio o unión libre- manifiestan sentirse más satisfechas con sus vidas que aquellas sin pareja. La última Encuesta Nacional
de Demografía y Salud, con una representatividad incuestionable, sugiere una
eventual explicación para la ventaja en bienestar que reportan las mujeres
emparejadas sobre las separadas.
Ante la pregunta “¿cuando fue la última vez que usted tuvo relaciones
sexuales?” la mayoría de las mujeres miden su abstinencia en días, pero muchas
lo hacen en meses y un porcentaje no despreciable reporta no haber tenido sexo en
años. Las diferencias entre las mujeres con parejo permanente y quienes viven
solas o con sus hijos sin el padre son importantes, haciéndose abismales con el
tiempo. A partir de los treinta, no tener compañero en casa equivale a más de un
año de abstinencia sexual. Al acercarse los cincuenta, las mujeres solas responden
que ha pasado casi un lustro –en promedio- desde la última vez que hicieron el
amor. Las emparejadas de esa edad, por el contrario, continúan con una
actividad sexual apenas inferior a la de sus congéneres adolescentes.
Así, para las colombianas
maduras, una ventaja del matrimonio o la unión libre se podría tasar en un
cuatrenio de sexo, cuyos beneficios comprobados siguen aumentando.
Resulta insólito que bajo la supuesta liberación femenina una fracción
importante de mujeres padezca semejante miseria sexual, difícilmente compatible
con la felicidad apresuradamente asociada al divorcio. Aunque en este terreno
es imposible definir qué es lo razonable, y la empatía intergénero no funciona,
me atrevo a pensar que estas abstinencias ya son excesivas después de los
veinte. Así lo sugiere la conversación que, según una amiga, se repite en su
gimnasio de treintañeras: con quien será, el próximo mes, el “polvo de
mantenimiento”.