Publicado en El Espectador, Abril 4 de 2013
A mediados de los sesenta, en un colegio femenino
con alta concentración de hijas de la élite, la vice rectora fue agredida por
las alumnas. “Me dieron puños y patadas, me ataron las manos a la espalda, me
golpearon con un rifle de madera, me llenaron la boca con tierra, y me
escupieron en la cara” escribiría luego en una carta al gobierno.
Dos meses después, estudiantes del mismo plantel
atacaron a profesores y administradores. Tras mancharles la ropa con tinta, ponerles
sombreros de burro y tablas con el nombre tachado colgadas en el cuello, de
rodillas, los golpearon con palos y luego los quemaron con agua hirviendo. La
vice rectora perdió el conocimiento. Tardaron dos horas en enviarla a un
hospital cercano, a donde llegó muerta.
Los brotes de violencia femenina ocurridos en China
durante la Revolución Cultural no ocurrieron sólo en este colegio. En un
establecimiento de Shangai las estudiantes obligaron a la directora a comer
excrementos mientras la hacían limpiar los baños. En otro plantel los
profesores recibieron martillazos en la cabeza. Una compañera de curso de las
agresoras, autora de varios textos sobre los ataques, no deja de preguntarse
“por qué las jóvenes de nuestra escuela femenina pudieron ser tan violentas”.
El afán por explicar la violencia de un grupo tan
privilegiado de mujeres lleva implícito el reconocimiento de que fue una
desviación de su conducta habitual. Una testigo concluye que se requirieron
condiciones realmente excepcionales
para que el salvajismo se impusiera sobre la mansedumbre femenina.
En una reunión realizada décadas después entre
quienes vivieron de jóvenes la Revolución Cultural se elaboraron un par de teorías sobre la embestida contra la
autoridad en los colegios. Hubo acuerdo en señalar que la violencia femenina
podría atribuírse a la severa represión sexual a la que habían sido sometidas
previamente las jóvenes, entendiendo por represión tanto la contención de su
sexualidad como el control social de sus conductas. La rebelión habría sido una
forma de “extirpar los viejos estereotipos de comportamiento femenino”. Una
segunda teoría planteó que “las mujeres fueron más susceptibles que los hombres
a las presiones externas” y por lo tanto respondieron con mayor ímpetu al
llamado del liderazgo comunista para atacar a los enemigos de clase.
Puesto que se trataba de colegios con muchas hijas
de altos funcionarios públicos, no se pudo acudir a la explicación tradicional
de la precariedad económica y la falta de educación como causas de las
agresiones. Hacen falta en Colombia reflexiones similares sobre la violencia no
criminal y sin miseria.