Publicado en El Espectador, Octubre 11 de 2012
“Cuidado con los celos. Son el monstruo de ojos
verdes que se burla de la carne de la que se alimenta” le advierte Yago a
Otelo. Una adaptación local de la obra de Shakespeare debería cambiarle el
color de los ojos al monstruo. No sólo porque los verdes no son frecuentes en
Colombia sino porque aquí abundan los testimonios de celos negros, más
agresivos. Ofelia, campesina tolimense, ofrece un ejemplo: “mi marido cuando
estaba borracho era celoso y me pegaba porque alguien me miraba”.
Para el objetivo de retener a la pareja -esa es la
función de los celos- se han identificado dos tipos de tácticas. Las positivas
como los regalos, las caricias, las palabras amables, la comprensión y por otro
lado las negativas o amenazantes, incluso violentas. Las primeras corresponden
a lo que Lucy Vincent, “neurobióloga del amor”, ha denominado celos verdes, con
los que se busca sostener la relación a base de recompensas. Los celos negros,
por el contrario, llevan a una exageración de los procesos normales para
mantener la atención de la pareja y tornan coercitiva la respuesta. Los celos
verdes son la zanahoria, los negros el garrote.
Para la reacción ante el tercero también es útil la
diferenciación. Verdes o negros reflejan el dilema entre querer entender,
perdonar e incluso imitar a quien atrajo a la persona amada, para
reconquistarla, o en el otro extremo, buscar hacerle daño. Así, según Vincent,
los verdes son unos celos productivos que estimulan la competencia mientras que
los negros, destructivos, conducen al conflicto.
Los celos verdes son más discretos y por eso es
fácil ignorarlos o confundirlos con negligencia e ingenuidad. Los negros son
más taquilleros pues alimentan el drama. Son los que aparecen en los incidentes
graves de violencia de pareja que llegan a los medios. Los vallenatos, ricos en
despechos, no ofrecen mucha verdura. “Asi es mi vida y no voy a cambiar. Soy celoso
y qué soy celoso y qué”. En las aventuras amorosas de los grandes capos, las
más difundidas, también predomina el negro, más bien azabache, ante cualquier
duda. Aunque en sus memorias una famosa amante deja entrever que varias veces
buscó provocar en Pablo unos celos verdes con sus conquistas anteriores, como
para civilizarlo, fueron más fuertes las negras inclinaciones de Escobar.
Un caso paradigmático de destrucción por celos es
el de los Cárdenas y los Valdeblánquez, dos familias guajiras que virtualmente
se exterminaron en una guerra sin cuartel que duró veinte años, dejó decenas de
muertos y cuyo detonante fue un ataque de celos negros. “El uno como que
encontró al otro con la vieja y empezaron a discutir y entonces el man, no
joda, te voy a matar, cuando fue que aquel no alcanzó a sacar y este de los
Cárdenas de una vez lo aseguró, lo jodió”. El incidente condujo a una escalada
inagotable de retaliaciones impulsadas por otra pasión que nunca es verde, la
venganza.
La información sobre celos en Colombia es
fragmentaria y poco sistemática. Por alguna extraña razón se erradicaron de las
encuestas que indagan sobre violencia en la pareja las preguntas sobre
infidelidad y celos, como si averiguar y entender fuera equivalente a
justificar.
El Sensor Yanbal 2012 es una excepción, y sugiere
que en Colombia los celos serían más verdes que negros, en particular por el
lado femenino. El 85% de los hombres y el 77% de las mujeres infieles, y cuya
pareja se enteró, reportan haber sido perdonados. Como en otros asuntos, para
retener a la pareja es mejor la zanahoria que el garrote. Los datos de esta
misma encuesta sugieren que los celos femeninos son más eficaces: sólo un
hombre de cada tres pudo mantener su aventura en secreto contra casi la mitad
de las mujeres. Además, ellos están mucho más de acuerdo que ellas (47% contra
22%) con la frase “mi pareja me cela porque me quiere”.
Las observaciones anteriores no implican desconocer
la importancia de los celos negros en el país. Los hay, son un problema grave,
los sufren sobre todo las mujeres y merecen capítulo aparte.