martes, 1 de noviembre de 2011

Se busca Guerrera para contar abortos


Publicado en La Silla Vacía, Noviembre 1 de 2011
Es larga la tradición que habla de 400 mil abortos anuales en Colombia. Accidentalmente quedé envuelto en el debate sobre el total de abortos, pues antes del reciente  informe de Guttmacher que la refrenda había estimado una cifra inferior. Sin nueva información, no pretendo insistir en esos estimativos. Pero sí vale la pena señalar las limitaciones de lo que se ha adoptado como dato oficial
Parte crucial de la metodología de Guttmacher es un factor de expansión, estimado por expertos, con el que se multiplica lo conocido -93 mil complicaciones por aborto que llegaron al sistema de salud- para calcular la cifra de marras. Es la parte opaca del informe. La estimación resultante carece de algo esencial: que un tercero independiente pueda replicar lo que se hizo. 
La pulga en la oreja para la desconfianza parece trivial pero no se podía pasar por alto. Con el misterioso multiplicador, ¡bingo!, se confirman los tradicionales 400 mil abortos, la cifra redonda que desde principios de los noventa se adoptó como magnitud de la actividad clandestina. Fuera de opaco, el multiplicador utilizado para el reciente hit es elástico. Hace apenas un año, Guttmacher  mencionaba para Colombia, con el mismo trabajo de campo del 2008, un multiplicador de 4.12.
El escepticismo se consolidó con un  artículo de 1997, firmado por una de las  autoras del informe, que sugería para Colombia un multiplicador de 5.5, reajustado desde un valor de 3.5 años atrás, “por los adelantos en disponibilidad de servicios seguros”. Se planteaba que los riesgos del aborto clandestino se habían reducido significativamente entre 1976 y 1992 y por lo tanto los abortos que llegaban al sistema de salud eran una proporción cada vez menor del total. Por eso, se ajustaba hacia arriba el multiplicador.
A partir de 1992, con el avance del aborto farmacológico, los riesgos siguieron bajando, tal vez aceleradamente. El multiplicador ha debido seguir creciendo. Según otro trabajo de Guttmacher, “en general, entre más seguro el aborto, mayor el multiplicador”. Extrapolando la tendencia anterior, su valor actual estaría entre 8 y 9, y el total estimado de abortos sería casi 800 mil. Manteniendo el 5.5 de 1992 se superaría el medio millón. Un experto y preciso 4.29 daba una cifra mejor estimada, apreciada, esperada. Aunque adoptar un multiplicador tan bajo implicara suponer que el riesgo de abortar aumentó desde 1986, algo contradictorio con la evidencia disponible, y con el mismo informe.
Todas las regiones del país, incluso Bogotá, aparecen más inseguras que el promedio nacional en 1986. La distribución geográfica tan homogénea del multiplicador también incomoda. A zonas muy diferentes en cuanto a aborto y acceso a la salud se aplica un factor de expansión similar.
Otra  publicación de Guttmacher, reconoce las limitaciones asociadas al uso extensivo del misoprostol para estimar el total de abortos a partir de la cifra de mujeres que acuden al sistema de salud. Para los nuevos tiempos se recomiendan tres metodologías alternativas, ninguna de las cuales se aplicó para esta apresurada ratificación de los 400 mil. A pesar de que el informe reconoce que el misoprostol ya se usa en la mitad de los abortos.
Para los años noventa, Guttmacher hizo una  comparación de los resultados de su metodología con los de las encuestas. Se señalaba una discrepancia del 27% en el total de abortos. En el último informe desapareció tanto el prudente contraste con otras fuentes, como la noción de rangos, como la referencia al estudio que señalaba menos abortos.
Como ocurre con las tradiciones, la ratificación de los 400 mil fue recibida sin titubeos por quienes promueven la legalización. Otros datos del mismo trabajo, como las 70 muertes anuales por aborto o las escasas 322 IVEs cubiertas por la jurisprudencia mojaron menos prensa. Del informe se tomó lo útil para el drama. La máxima muestra de histeria vino de una forista de La Silla Vacía, alarmada porque “mueran 70 000 mujeres al año por practicarse abortos ilegales”. Fue su manera de volver consistentes los 400 mil abortos hechos en antros insalubres con el peligro de muerte que enfrentan “miles de mujeres” y las setenta que fallecen.
Ya son evidentes las incoherencias del tremendismo: entre más abortos clandestinos se reclamen, más normal parece la actividad, más irrelevante el alcance de la jurisprudencia y menos convincente la idea de altísima mortalidad. Una cifra artificialmente elevada de abortos esconde los verdaderos riesgos, pues reduce las tasas. El dilema es claro en el informe de Guttmacher cuyo único punto débil es la opacidad y oportunismo político del multiplicador, que inútilmente le resta seriedad a un trabajo de campo minucioso. El costo de esta gaffe tarde o temprano saldrá a flote.
Como en otras áreas –violencia de género, ataques sexuales, abuso, acoso laboral- una cifra inflada es útil, a veces necesaria, para llamar la atención sobre un problema. Pero una vez logrado el efecto, como ya ocurrió con el aborto en Colombia, nada sustituye el rigor con los datos. Más pertinente que una cifra enorme de abortos para presionar quien sabe a quien, es la estimación de los verdaderos riesgos de la práctica en la actualidad. La bien lejana legalización no es la única vía para reducir las complicaciones que ocurren hoy. Evaluar cualquier política exige tasas de mortalidad precisas. Para eso se requiere sofisticar la medición del total, y restarle politización.
La Guerrera que se busca para ponerle seriedad al conteo de los abortos podría llamarse Rodriga. Sería la equivalente del epidemiólogo que, sin involucrarse en el debate sobre las causas de la violencia, ayudó  a que se profesionalizaran las cifras. Ya se sabe cuando suben o bajan las muertes, se localizaron en los mapas, se identificaron factores de riesgo, los alcaldes miran las tasas de homicidio, se hacen encuestas de victimización y se fortaleció la labor estadística y de diagnóstico de Medicina Legal. Hoy se tiene mejor conocimiento, pero sobre todo se desideologizó y racionalizó el debate.