lunes, 14 de noviembre de 2011

El poder, ¿para qué? Para tirar y tirar, como Berlusconi

Publicado en La Silla Vacía, Noviembre 15 de 2011

A mediados de los 90, la violencia en el país rondaba su pico histórico. Para ayudar al diagnóstico, la Universidad del Rosario invitó a Isaac Erlich, reputado economista del crimen, a dar una conferencia. Esa noche, en una comida con violentólogos, Erlich mostró ser un académico serio: sólo hizo preguntas. Se le habló de chulavitas, pájaros, esmeralderos, marimberos, narcos, sicarios, milicianos,  guerrilleros y paras, de delito político y común, de fronteras porosas y de alianzas hasta con los legales. Ante tal avalancha, exasperado por el desafío de encasillar tanto matón en sus modelos, rogando por una síntesis, preguntó: “¿y qué es lo que quieren?”
Luego del súbito silencio aproveché mis lecturas extra curriculares, para responderle: sexo, ¡por supuesto! La carcajada fue general. Así ocurre siempre que asocio eso con la violencia. Erlich sí tomó en serio el apunte y lo encadenó con una  anécdota. En conferencias internacionales, coincidía con un personaje peculiar, ex ministro ruso, que había tenido poder y dinero pero no simultáneamente. En el gobierno soviético mandaba sin límites y ganaba una miseria. Tras la caída del muro, como financista en Londres, le pagaban una fortuna pero era un don nadie. Para aprovechar ese experimento natural, Erlich le había preguntado:

- Entre el poder puro en la URSS o la riqueza anónima en un banco, ¿qué es mejor?
- El poder, de lejos
- ¿Por qué?
- ¡Más mujeres!

¡More girls!, mucho sexo, así de simple había sido la respuesta del ruso a la inquietud esencial de don Darío Echandía.
Hace pocos años, tras la presentación a eventuales usuarios del portal Verdad Abierta pregunté si no abrirían una sección con asuntos de alcoba de los paras. La risa fue unánime: ¡ja ja!, claro ¡parasex! Nadie mostró curiosidad por las aventuras sexuales de los poderosos ilegales y la discusión retornó a temas trascendentales como el problema de la tierra. La información sobre esa característica de la violencia volvió a quedar relegada a la literatura light que se vende en los semáforos y a las telenovelas que los analistas serios poco aprecian.

El reciente giro de la política italiana lleva a insistir en el punto del amigo ruso de Erlich: el sexo frecuente y variado es una preocupación permanente y una prerrogativa importante de los poderosos. A cualquier nivel, del barrio al imperio, quien manda en un territorio se aficiona con ahínco al sexo. En Colombia y el mundo, en cualquier época, la evidencia al respecto es abrumadora. Con la excepción de algunos dictadores o comandantes bizarros, la obsesión por tirar es proporcional a la arbitrariedad y desmesura del poder. Es como si, libre de normas y restricciones, ese instinto tan reacio a la saciedad se desbordara con inusitado vigor. Al sumar varios tipos de poder -político, económico, mediático- el afán de conquista se multiplica, como en Berlusconi.

Cuando el Cavaliere asimile que fuera del Quirinal ya no podrá organizar orgías salvajes, como el bunga bunga aprendido de Gadafi, ni meter a sus velinas en las listas electorales, ni nombrar en cargos públicos a las mujeres con las que se acostaba o quería hacerlo, ni contar con una consejera regional que le consiga incontables amantes, le dolerán aún más los gritos de ¡payaso! con los que lo despidieron los italianos.  Una de sus primeras declaraciones fuera del gobierno ha sido que seguirá en la política. Pero la pérdida de poder es evidente. Como el ex ministro ruso, se enfrentará al hecho que el dinero no basta para siempre tener más mujeres.  
Si no se los dan, los potentados pagan. Algunos lo toman a la fuerza con descaro e impunidad. Pero de manera lamentable para el resto de nosotros, la adicción al sexo de quienes están en la cumbre casi siempre es correspondida. Reyes, presidentes, ministros, magistrados, comandantes y matones de barrio definitivamente gustan. Los que ascienden rápido, también. En Sexus politicus se ofrece una buena prueba de lo afrodisíaco que alcanza a ser el poder. A la celebración del 14 de Julio en el Elíseo se permite que los empleados lleven sus invitadas. Un simple paseo por los salones del magno palacete, como diciendo "mira lo cerca que estoy", les permite llenar su agenda de citas románticas por varios meses. 

En Colombia, por desgracia, sabemos poco del flirteo en los palacios o despachos oficialesCon los políticos y los cacaos públicos optamos por el esquema francés, respetuoso de la intimidad. Tratar el tema en los medios se considera chisme y amarillismo. Puede ser lo más prudente, pero hay un dilema inevitable: la discreción encubre abusos. Para controlar la corrupción rampante, más prepago que recatada, habrá que empezar a hablar de eso. Sobre las aventuras sexuales en el bajo mundo ha habido mucho testimonio, bastantes guiones y escaso debate cuando no hay víctimas. Se considera algo cursi e intrascendente. 


De todas maneras, el sexo de los poderosos es una pista útil para entender la violencia, y en ciertas circunstancias la política. Los italianos pagaron caro no haber tenido en cuenta algo tan primario, atávico y universal. El Pueblo Violeta tardó en despertar del letargo para declarar un Día sin Berlusconi y recordarle algunos principios constitucionales. Y fue necesario un empujón exterior para desatornillar del trono a un macho tan primitivo. 

De su visita a Bogotá Isaac Erlich se llevó inquietudes sobre la violencia y alguna bibliografía. Es probable que a estas alturas ya le haya contado a su amigo ruso que en un exótico país suramericano hay toda una gama de poderosos que no cesan de disparar. Para tirar y tirar, como hizo un tal Silvio hasta la semana pasada.