sábado, 28 de mayo de 2011

El silencio de las periodistas

Qué pena molestar, pero debo insistir en algo que aprendí de las feministas: el silencio ante los abusos que sufren las mujeres es un factor que perpetúa las inequidades. Me ha sorprendido la escasa repercusión que el affaire Nafissatou vs DSK tuvo en los medios locales, que se limitaron a transcribir despachos internacionales, sin que a las periodistas les llamara la atención analizarlos o comentarlos o buscar alguna relación con lo que ocurre en el país.


Entre las columnistas de El Espectador, son franca mayoría las que pudieron referirse a Nafissatou, al menos mencionarla, y no lo hicieron. Pude contar 14 periodistas que, en escritos posteriores al incidente, optaron por otros temas, e ignoraron a esta mujer. 







No todas estas columnistas, que se sabe no tragan entero, se especializan en cuestiones de género. Pero se añora una reflexión mínima sobre cuestiones como los excesos de los políticos, funcionarios y empresarios con sus subordinadas, o la relación de las periodistas con el poder, y otros dilemas que el affaire DSK ha sacado a relucir, que no dependen de la investigación en curso, y que han estado estos días en el centro del debate en todo el mundo.


Algunas de estas formadoras de opinión han estado dispuestas a hacer ruido por casi cualquier cosa, y a escarbar minuciosamente en lugares insólitos para pescar deslices machistas. En una columna memorable, Tatiana Acevedo, por ejemplo, recuerda la injusticia sufrida en 1939 por Anita Caro, quien derrotó en Bogotá a Alexandre Alekhine, campeón mundial de ajedrez ruso, para que los medios locales dijeran que hubo tablas. Cuenta además cómo fue Carlos Lleras Restrepo quien se pilló el atropello y que ella leyó la historia en las memorias de este ilustre patriarca. De todas maneras, su cierre de columna es un directo a la mandíbula, no se sabe de quien: “me pregunto, en la semana de la mujer, a cuántas Anas se les ha negado el acceso a las primeras planas”. Tanto drama para, un par de meses después, negarle ella el acceso a su columna a Nafissatou, esa humilde mujer que por varios días logró primera plana en la prensa mundial.


Es una lástima que Carolina Sanín, que nos ha hecho ver lo indignante y machista que puede ser el piropo de un taxista, no publicó su columna quincenal el 22 de mayo. Ella que ha sido crítica del provincianismo de los medios colombianos, tal vez habría traído un reporte novedoso sobre el forcejeo legal de la temporada, como hicieron en La Nación desde Buenos Aires.


No sorprende que la única columnista de este diario que le dedicó al asunto una columna entera, Le grand seducteur, fuera Arlene Tickner, una académica de origen anglosajón. La mención marginal que hace Ana Mª Cano Posada del incidente deja un sabor raro. Pero es tan corta que se puede citar entera, sin contaminarla con prejuicios. Está dedicada al twitter, y habla “del joven militante del partido de Sarkozy que cuenta a sus seguidores que el opositor, el presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss Kahn, había sido detenido en Nueva York, acusado por una camarera de acoso sexual. Un plato fuerte para demolerlo en frases lapidarias”.


Alguna persona responsable en el diario capitalino debió afanarse por el desinterés de sus columnistas mujeres para hablar de Nafissatou, y salió a buscar opinión femenina externa. Al empezar a leer la segunda columna totalmente dedicada al affaire, con el llamativo título de Poderoso y primitivo, llegué a pensar que quien la firmaba, Maureen Dowd, podría ser una colega gringa de Arlene, de paso por las aulas de Las Aguas. Me alcancé a entusiasmar imaginando a las uniandinas agitadas debatiendo. Qué desinfle al enterarme que se trataba de una columnista del NYT. Aún no digiero que en semejante ambiente tan políticamente sensible, tan cotidianamente cargado de retórica feminista, y derechos humanos universales, haya que importar y traducir opiniones sobre un acontecimiento mundial en materia de género.


En los demás medios bogotanos, y fuera de Florence Thomas que merece capítulo aparte, pude contar otras 15 columnistas que tampoco explotaron alguno de los múltiples pliegues del enredo DSK. Laura Gil, otra analista que vino del exterior, fue una de las pocas que habló, en Inmunidad, impunidad de los problemas de acoso sexual en las agencias multilaterales. Aunque Margarita Londoño menciona de pasada el incidente, lo hace para repetir el craso y estereotipado error de meterlo en el mismo paquete con cualquier piropo callejero. O sea que acabó equiparando el inofensivo mamacita de un taxista con un intento de violación. Y, de paso, menospreciando el drama de la mujer guineana presuntamente forzada por DSK. Cecilia López Montaño fue la única mujer periodista colombiana de origen, entre cerca de cuarenta, que encontró allí algo que ameritara una columna entera, cuyo título Sexo y Poder, muestra el potencial del incidente para los debates.



Sea cual sea la composición por géneros de los periodistas y reporteros que no firman los artículos, el cubrimiento no editorial del incidente de marras también deja mucho qué desear. Aunque no se pueda afirmar que también sea femenino, se trata de un pesado y parroquial silencio.


Para contrastar esa apreciación y tener una idea de lo que ocurre más allá del Cabo de la Vela, busqué, en las páginas web de distintos países, el número de veces que aparece la palabra Nafissatou. Los resultados de este ejercicio tan simple son reveladores. Dejando de lado a los Estados Unidos y a Francia, que contabilizan cerca de 500 mil entradas cada uno, la diferencia en el cubrimiento del incidente entre Colombia y los demás países, incluso algunos de nivel de desarrollo inferior es abismal. Por cada mención de Nafissatou en Colombia ha habido 370 en el Reino Unido, 148 en Canadá, 115 en España, 285 en Nigeria, 120 en Marruecos, 35 en Argentina, 10 en Perú y 3 en Haití. Sí, en Haití, devastada por la miseria y un terremoto, se ha hablado más de esta guineana que en Colombia.





Para rematar el bajo cubrimiento, me pareció una indelicadeza con Nafissatou que uno de los pocos artículos que no llegaron redactados por las agencias internacionales fuera sobre el bar swinger que frecuentaba DSK en París, como diciendo “se sabía que él era de vanguardia”.


Una de las columnistas que escribe sobre género, Patricia C de Villaveces, en una breve síntesis, Lo que las mujeres quieren, señala que “curiosamente, han sido hombres quienes han creado los personajes femeninos más icónicos de la literatura, quienes parecieran haberse acercado más a la condición de ese insondable secreto que es la mujer. Basta con leer a Shakespeare”. Parafraseándola, curiosamente, han sido más los hombres columnistas dispuestos a opinar sobre este asunto y sin asomo de apoyo a su congénere DSK. Mal contados, fueron siete los varones de este país tan machista que encontraron pistas dignas de comentario.


El más original fue Andrés Hoyos que se refirió al “síndrome de Rosario Murillo” –la esposa de Daniel Ortega que nunca se dio cuenta que éste abusaba de su hija- para tratar de entender la sumisa actitud de Anne Sinclair. Esta poderosa, millonaria y sofisticada francesa rompe todas las caricaturas de miseria, ignorancia, conflicto armado, clericalismo y padre machista con las que nos han tratado de explicar a brochazos lo que le ocurre a las mujeres de mujeriegos en Colombia. Luis Noé Ochoa y Poncho Rentería pusieron el reflector sobre la veta que más tiene preocupados a los franceses y que hace rato debería hacer parte de la agenda feminista en el país: el acoso sexual en el trabajo y en la política. Poncho sí entendió que había que decirlo: "lo amargo es que eso, lastimosamente, en Colombia lo hacen muchos jefes, que arrinconan a su secretaria o politóloga". En ese campo sí que hay Rosarios Murillo. Francisco Gutiérrez, de viaje, consideró que, casi dos semanas después de ocurrido, el incidente no perdía vigencia. Santiago Gamboa recordó la estrepidosa caída de Icaro y Guillermo Maya e Iván Marulanda apenas rozaron el asunto. No es mucho, pero algo es algo, y más que alga.


La estrella de esta faena es sin duda Poncho Rentería, que le dedicó una segunda columna a las repercusiones del embrollo. No es la primera vez que, desde su peluquería y con selecto acompañamiento femenino, Poncho pone sobre el tapete, o sobre el tocador, sin gritar ni dramatizar, temas relevantes para las mujeres del país. Ojalá que, siendo hombre, le dieran la licencia de mujerólogo y lo autorizaran a opinar oficialmente. Cuando Mª Isabel Rueda osó discrepar la regañaron y quedó claro que ser mujer no es suficiente para hablar de ellas. Pero la asistencia regular a una peluquería-tertulia debería ayudar. Además, parte de las credenciales, como salir en Jet-Set, Poncho ya las tiene. 






No quisiera que este entrometido y poco amigable conteo de columnas de opinión en torno a un tema puntual que, pensé, tenía enorme potencial, se perciba como un reproche. Ni mucho menos como una provocación del tipo: nosotros opinamos más que ellas. Simplemente quise señalar un patrón o tendencia que me preocupa, y que sinceramente no entiendo. Una amiga, con un cargo de alto nivel en la administración pública me dió una pista, que me dejó aún más despistado. “Con un mundo muriéndose de hambre, de lluvias furiosas, huracanes, corrupción, desigualdad, guerras civiles, pararle tantas bolas a eso …”. Ojalá esa lógica se aplicara. Así no serían tan recurrentes en los medios colombianos los vainazos a los hombres por asuntos verdaderamente triviales. En esa dimensión estamos cerca del punto de saturación. Ya se instauró una especie de Inquisición de lo baladí. En ese sofocado ambiente, llega DSK, que representa como pocos al macho que supuestamente se debe superar. Y se enfrenta a una mujer que encarna la figura de las que requieren protección y atención. Es una confrontación, internacional e histórica, del tipo Silvio Berlusconi versus Dioselina Tibaná. Gana Dioselina el primer round, casi por K.O. Y todas las mujeres combativas del país callan. ¿Alguien puede explicar lo que está pasando?