miércoles, 10 de abril de 2013

Reflejos en el ojo de un hombre

Publicado en El Espectador, Abril 11 de 2013


La mirada masculina sobre el cuerpo de la mujer es involuntaria, innata, programada en el disco duro genético del macho para la reproducción. Es por lo tanto difícil de controlar.

La mirada-deseo del hombre se remonta a la noche de los tiempos y tiene un sustrato biológico ligado a la supervivencia de la especie. Pero en los discursos intelectuales contemporáneos ha estado tercamente negada, rechazada, olvidada, pues implica la existencia de un vínculo poderoso entre la seducción y la reproducción.

En las sociedades tradicionales las mujeres siempre se acomodaron a la mirada de los hombres sobre sus cuerpos. Para decirlo de manera burda, ellas son como las hembras de los primates que seducen a los machos porque quieren ser madres. Para lograr este objetivo se embellecen.

El feminismo nunca ha sabido cómo manejar la coquetería femenina. Persistió la idea cristiana de la separación entre el cuerpo y el espíritu. El supuesto predominante ha sido que la belleza es un valor alienante,  impuesto a las mujeres por el machismo milenario y exacerbado en el capitalismo por la industria cosmética y la moda. Antes la coquetería era un pecado. Ahora, como las madres católicas, las madres feministas le recomiendan a sus hijas cuidarse de los hombres que les hacen la corte. “¿Te fijas en mí o sólo en mi cuerpo?” Como si el yo pudiera prescindir del cuerpo, como si el espíritu fuera más auténtico yo que el cuerpo.

Ninguna sociedad humana se ha montado en una contradicción tan inextricable, negando tranquilamente la diferencia de sexos y simultáneamente exacerbándola hasta el paroxismo con las industrias de la belleza y la pornografía.

Las mujeres occidentales critican a las que se cubren el cabello. Prefieren taparse los ojos. Independientemente de cualquier angustia sobre por qué, o con qué derecho, los hombres tienen una predisposición innata para desear a las mujeres con la mirada y las mujeres siempre se deleitaron con esa mirada porque anuncia su fecundación.

La visión del macho se adaptó para reconocer a las hembras fecundas y enviar señales a sus testículos para que reaccionen. Existen filtros y un mecanismo cerebral de bloqueo. Pero en cuanto falla, el hombre está listo para la acción. A la mujer, por el contrario, no le interesa copular con cualquiera, puesto que su implicación con la reproducción es incomparablemente más pesada y larga que la del macho. Los varones fingen amar para poder tirar, ellas fingen desear para atrapar.

Me hubiera gustado que las reflexiones anteriores fueran mías. Las tomé de un refrescante libro -con el título de esta columna- que amerita una mirada, no sólo masculina. Su autora, Nancy Huston, es una feminista canadiense, combativa, pragmática y experimentada, que logró liberarse de los dogmas.



jueves, 4 de abril de 2013

Mujeres violentas

Publicado en El Espectador, Abril 4 de 2013


A mediados de los sesenta, en un colegio femenino con alta concentración de hijas de la élite, la vice rectora fue agredida por las alumnas. “Me dieron puños y patadas, me ataron las manos a la espalda, me golpearon con un rifle de madera, me llenaron la boca con tierra, y me escupieron en la cara” escribiría luego en una carta al gobierno.

Dos meses después, estudiantes del mismo plantel atacaron a profesores y administradores. Tras mancharles la ropa con tinta, ponerles sombreros de burro y tablas con el nombre tachado colgadas en el cuello, de rodillas, los golpearon con palos y luego los quemaron con agua hirviendo. La vice rectora perdió el conocimiento. Tardaron dos horas en enviarla a un hospital cercano, a donde llegó muerta.

Los brotes de violencia femenina ocurridos en China durante la Revolución Cultural no ocurrieron sólo en este colegio. En un establecimiento de Shangai las estudiantes obligaron a la directora a comer excrementos mientras la hacían limpiar los baños. En otro plantel los profesores recibieron martillazos en la cabeza. Una compañera de curso de las agresoras, autora de varios textos sobre los ataques, no deja de preguntarse “por qué las jóvenes de nuestra escuela femenina pudieron ser tan violentas”.

El afán por explicar la violencia de un grupo tan privilegiado de mujeres lleva implícito el reconocimiento de que fue una desviación de su conducta habitual. Una testigo concluye que se requirieron condiciones realmente excepcionales  para que el salvajismo se impusiera sobre la mansedumbre femenina. 

En una reunión realizada décadas después entre quienes vivieron de jóvenes la Revolución Cultural  se elaboraron un par de teorías sobre la embestida contra la autoridad en los colegios. Hubo acuerdo en señalar que la violencia femenina podría atribuírse a la severa represión sexual a la que habían sido sometidas previamente las jóvenes, entendiendo por represión tanto la contención de su sexualidad como el control social de sus conductas. La rebelión habría sido una forma de “extirpar los viejos estereotipos de comportamiento femenino”. Una segunda teoría planteó que “las mujeres fueron más susceptibles que los hombres a las presiones externas” y por lo tanto respondieron con mayor ímpetu al llamado del liderazgo comunista para atacar a los enemigos de clase.

Puesto que se trataba de colegios con muchas hijas de altos funcionarios públicos, no se pudo acudir a la explicación tradicional de la precariedad económica y la falta de educación como causas de las agresiones. Hacen falta en Colombia reflexiones similares sobre la violencia no criminal y sin miseria.