Publicado en El Espectador, Septiembre 27 de 2012
Antes de morir ajusticiado un guerrillero le manda
saludes a Rocío. “¿Es la puta gorda de San Vicente?” le preguntan. “Sí, esa.
Ella me gusta … Mejor dicho, dígale que yo la quiero, que qué buena hembra”.
Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran
aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las
jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla.
Uno de cada tres de los desmovilizados encuestados
por la Fundación Ideas para la Paz (FIP) reporta haber pagado por tener
relaciones sexuales antes de su vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes
ingresan a los grupos armados sin experiencia sexual previa, esta proporción
esconde un poco la magnitud del fenómeno. Con relación a los iniciados
sexualmente, el porcentaje es un respetable 38%. No se observan discrepancias
sustanciales entre los combatientes de origen rural y los urbanos, pero entre
los más pobres la proporción es mayor.
El ELN se diferencia tanto de las FARC como de las
AUC por reclutar menos varones con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren
los testimonios, una vez en el grupo la costumbre persiste, con más fuerza
entre los paramilitares (57%) que en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse
la incidencia del sexo pago entre los guerreros se reduce sustancialmente a
menos del 10%.
Los encuentros sexuales por dinero podrían no ser
simples caprichos personales de los combatientes sino algo más
institucionalizado. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos
armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las
envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes.
Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de
origen”. La encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al
grupo, no a los combatientes individuales, puesto que las relaciones con
prostitutas las reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración
regular de la organización.
La proporción de clientes de la prostitución entre
los hombres colombianos no se conoce. Una encuesta realizada hace dos años
entre estudiantes universitarios arrojó un porcentaje del 6%, varias veces
inferior al de los guerreros. En términos internacionales, el peso de quienes
compran servicios sexuales entre los combatientes es casi el doble de lo
observado para los hombres de los mercados de sexo más activos del planeta, los
países asiáticos. En Tailandia, por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual,
tan sólo el 24% de los hombres encuestados por un fabricante de preservativos
reporta haber pagado por tener relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial,
la cifra es del 34% y en la China del 22%, casi la mitad de la de los
insurgentes colombianos. En Alemania y Holanda, donde la prostitución no tiene
ninguna restricción, la fracción alcanza apenas el 6%, similar a la de los
universitarios nacionales.
Así, al igual que los narcotraficantes, los
guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes de la demanda por
servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las organizaciones esto
no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es tanto universal como
milenaria. Un dato interesante de la encuesta a desmovilizados es que la
afición por el sexo venal se observa desde antes del ingreso de los jóvenes al
grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o paramilitar acudiendo a
una prostituta es haber tenido esa experiencia antes del reclutamiento. Sea
cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del sexo pago sería
conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se vinculan al
conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas ilegales parecen
haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí se concentran de
manera considerable.
Por lo que se deduce de las conversaciones
preliminares a la mesa en Oslo, un tema tan ligero no llamará la atención de
los negociadores, ocupados en cuestiones de mayor trascendencia política. Pero
de pronto, para entender mejor el conflicto y comenzar a desmontarlo, podría
ser útil sumarle al debate sobre el endémico problema de la tierra algunas
reflexiones sobre este intrigante asunto del polvo.
Una damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los grupos armados
siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan el aliciente
del amor para pelear con valentía”.
Referencias
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