miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sin mujeres en la mesa de negociación


Publicado en El Espectador, Septiembre 20 de 2012

Acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Santos anunció recientemente la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. Sin embargo, el grupo responsable del diálogo es de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político del cuatrenio las mujeres estarán entre la retaguardia y borradas del equipo negociador.

Incomoda que, con la compañera de Tirofijo en una rueda de prensa, hasta las FARC le hayan dado más protagonismo a las mujeres que el gobierno. Si no hubo inspiración con la filosofía de la ley de cuotas, han debido observarse las directivas del Consejo de Seguridad de la ONU para incrementar la participación femenina en todos los niveles de las decisiones conducentes a la solución de conflictos.

Luego de revisar los documentos de los procesos de desmovilización durante los noventa, dos investigadoras concluyen que “en la mesa en que se trama la paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz ni ellas mismas”. Del total de firmantes 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En los acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera como signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como veedores o testigos fueron sólo varones.

Parecería vigente el principio enunciado hace unos años por un colombiano experto en diálogos: “la guerra es entre hombres y las soluciones a la guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno de los errores para no repetir. De partida, se trata de una gran imprecisión: el conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada cuatro era mujer.  

Se extrañan negociadoras en la mesa porque la simple presencia femenina facilitaría el proceso. Con razón se ha dicho que un requisito para acordar el fin de la guerra es convencerse de la imposibilidad de ganarla. Un problema esencial de los hombres en las confrontaciones es su terca y visceral pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante los conflictos es diferente: más que ganarlos se busca evitarlos.

En la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz, es diciente una discrepancia por género. Aunque la pregunta que se hizo acerca de si “en algún momento sintió que iban a ganar la guerra” se refería al grupo, no al individuo, sistemáticamente las mujeres fueron menos optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre  excombatientes de las guerrillas, ser mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa  los chances de haber pensado que podían ganar la guerra. El impacto de sentirse asediado por la fuerza pública es inferior a este nítido efecto género.

En un proceso tan cargado de simbolismo -en últimas se busca que unos comandantes cuasi retirados den la orden de liquidar una marca de franquicias- sería útil enviarle a quienes dejan las armas una señal clara sobre los avances de las últimas décadas en la situación de la mujer. Es por ahí que más se añora una figura femenina en el equipo oficial de negociadores. A pesar de la retórica igualitaria, el camino desde las montañas de Colombia hasta la equidad de género es largo y tortuoso. Según una excombatiente, “en la guerrilla, más que una mujer muy abeja que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la negociación política vuelven a la cocina, a hacer la comida y a lavarles la ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no llegara a las ruedas de prensa”.

La experiencia de diálogos anteriores y en otros países sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio explícitamente y sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y de los programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las eventuales desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla puede ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los padres que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las mujeres como madres que los abandonaron. El rechazo es tan extendido que surge de donde menos se espera. “Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay un poco de ¡qué pereza las guerreras!”.  

Referencias