Publicado en El Espectador, Septiembre 20 de 2012
Acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Santos anunció recientemente la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. Sin embargo, el grupo responsable del diálogo es de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político del cuatrenio las mujeres estarán entre la retaguardia y borradas del equipo negociador.
Acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Santos anunció recientemente la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. Sin embargo, el grupo responsable del diálogo es de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político del cuatrenio las mujeres estarán entre la retaguardia y borradas del equipo negociador.
Incomoda que, con la compañera de Tirofijo en una rueda de prensa, hasta las
FARC le hayan dado más protagonismo a las mujeres que el gobierno. Si no hubo inspiración
con la filosofía de la ley de cuotas, han debido observarse las directivas del
Consejo de Seguridad de la ONU para incrementar la participación femenina en todos
los niveles de las decisiones conducentes a la solución de conflictos.
Luego de revisar los documentos de los procesos de desmovilización
durante los noventa, dos investigadoras concluyen que “en la mesa en que se
trama la paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz
ni ellas mismas”. Del total de firmantes 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En
los acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera
como signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como
veedores o testigos fueron sólo varones.
Parecería vigente el principio enunciado hace unos
años por un colombiano experto en diálogos: “la guerra es entre hombres y las
soluciones a la guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno
de los errores para no repetir. De partida, se trata de una gran imprecisión:
el conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas
desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada
cuatro era mujer.
Se extrañan negociadoras en la mesa porque la
simple presencia femenina facilitaría el proceso. Con razón se ha dicho que un
requisito para acordar el fin de la guerra es convencerse de la imposibilidad
de ganarla. Un problema esencial de los hombres en las confrontaciones es su
terca y visceral pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante
los conflictos es diferente: más que ganarlos se busca evitarlos.
En la encuesta a desmovilizados de la Fundación
Ideas para la Paz, es diciente una discrepancia por género. Aunque la pregunta
que se hizo acerca de si “en algún momento sintió que iban a ganar la guerra”
se refería al grupo, no al individuo, sistemáticamente las mujeres fueron menos
optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre excombatientes de las guerrillas, ser
mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa los chances de haber pensado que podían
ganar la guerra. El impacto de sentirse asediado por la fuerza pública es
inferior a este nítido efecto género.
En un proceso tan cargado de simbolismo -en últimas
se busca que unos comandantes cuasi retirados den la orden de liquidar una
marca de franquicias- sería útil enviarle a quienes dejan las armas una señal clara
sobre los avances de las últimas décadas en la situación de la mujer. Es por
ahí que más se añora una figura femenina en el equipo oficial de negociadores. A
pesar de la retórica igualitaria, el camino desde las montañas de Colombia hasta
la equidad de género es largo y tortuoso. Según una excombatiente, “en la
guerrilla, más que una mujer muy abeja
que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para
llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que
decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación
política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la
negociación política vuelven a la cocina, a hacer la comida y a lavarles la
ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no llegara a las
ruedas de prensa”.
La experiencia de diálogos anteriores y en otros
países sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio explícitamente
y sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y de los
programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las eventuales
desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios
talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla puede
ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los padres
que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las mujeres
como madres que los abandonaron. El rechazo es tan extendido que surge de donde
menos se espera. “Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres
feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay
un poco de ¡qué pereza las guerreras!”.
Referencias
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