jueves, 21 de junio de 2012

Celos con muchas ganas


Publicado en El Espectador, Junio 21 de 2012

“Sublime éxtasis de amor... que acelera mis latidos. ¡Vayamos, vayamos pronto!”, repite el oso libidinoso a las pretendidas que le huyen en un cuento sinfónico de Les Luthiers. Ni el oso ni la persistencia son extraordinarios. “Siempre que te pregunto, que cuándo, cómo y dónde, tu siempre me respondes: quizás, quizás, quizás”.

El excedente de ganas masculino —ellos siempre más dispuestos que ellas a hacer el amor— es tema recurrente en los cancioneros, las charlas entre amigos y las encuestas de sexualidad. El último Sensor Yanbal lo corrobora. El número de hombres que quisiera sexo a diario duplica el de mujeres. En el otro extremo —el del tenue deseo que subsiste con un polvo al mes— las damas triplican a los varones.

En promedio, ellos buscan hacerlo día de por medio, mientras que ellas preferirían al menos dos días de descanso entre faenas. El punto de acuerdo en la ardua y no siempre explícita negociación son tres polvos semanales, la frecuencia más común en el país.

La brecha de género en las ganas se da con recato o con ímpetu. La mayor discrepancia se observa hacia los 40, cuando un hombre de cada tres insiste en su dosis cotidiana, pero, a esas alturas, sólo una mujer entre diez respalda tan ilusa pretensión. Ni siquiera rondando la jubilación hay coincidencia. Con la menopausia, el 15% de ellas señala que una o dos veces al mes bastan, opinión que comparte menos del 2% de los cincuentones.

La volatilidad de las ganas femeninas sigue siendo insondable. Estimuladas por el éxito del Viagra, las farmacéuticas se lanzaron a investigar, pero siguen despistadas. Por lo pronto se sabe que no existe asociación directa entre la frecuencia de las relaciones sexuales y el ciclo ovulatorio. Tampoco hay correlación entre los niveles de estrógeno y la excitación corporal.

Adoptando como indicador del deseo femenino la iniciativa para el sexo, se ha observado que las mujeres que toman contraceptivos orales no muestran cambios importantes en las ganas a lo largo de su ciclo. Pero entre las que utilizan métodos que no alteran el flujo de hormonas, se percibe mayor tendencia a tener la iniciativa durante la ovulación. En las parejas de lesbianas —sin presión masculina— las relaciones son más frecuentes en la época fecunda, cuando tienen mayor posibilidad de orgasmo.

En últimas, parecería haber ciclos del deseo femenino relacionados con las hormonas —rezagos del estro— que ayudarían a explicar las diferencias de ganas, en el tiempo y con sus parejos. Sin que se conozca el mecanismo —tal vez las feromonas o ciertas señales corporales— los hombres perciben esas variaciones. Se ha encontrado, por ejemplo, que las bailarinas de strip tease reciben más propinas cuando están ovulando.

Aunque primatólogos y etólogos han señalado diferencias claves entre celos de machos y hembras, no he encontrado ninguna sugerencia útil para explicar un insólito resultado de la encuesta Yanbal, casi tan persistente como el superávit de ganas varonil: una significativa asociación positiva entre los celos y el deseo femenino. Sólo las colombianas que aceptan haber montado alguna vez un show de celos son tan libidinosas como los hombres. Aún teniendo en cuenta que el mujeriego es por lo general posesivo, esta correlación es más fuerte entre las mujeres.

El 20% de las más celosas quisiera tener sexo a diario y tan sólo el 1% prefiere las relaciones muy esporádicas; entre las demás, las respectivas proporciones son 8% y 5%. Al igual que el colombiano típico, las mujeres que han hecho manifiesta su obsesión por los cuernos quisieran hacer el amor, en promedio, un día sí otro no.


Las colombianas celosas e hipersexuales se reparten de manera bastante homogénea por estrato, nivel educativo, estado civil e incluso por edades antes de la menopausia. Se concentran más en Cali y menos en Medellín que en Bogotá o Barranquilla. En síntesis, un misterio total.

Francesco Alberoni, en Sexo y amor, sugiere que esa mezcla es el reverso de la rutina y el tedio que sufren las parejas establecidas: “personas que se excitan con los celos, que desean con mayor intensidad cuando no están seguros de ser correspondidos”. Los datos colombianos muestran que la explosiva mezcla de infidelidad y celos se da tanto en hombres como en mujeres. Pero al filtrar por cuernos y deslices, la relación entre libido intensa y celos persiste, es significativa, sólo para ellas.

Una amiga interesada en psicoanálisis me sugirió una eventual explicación para este vínculo. “Es posible que si el padre fue al tiempo seductor y abandonador, quede una impronta de dos cosas: sexualidad un poco alborotada por efectos de esa seducción no resuelta y ansiedad de abandono. Un coctel perfecto de persona celosa”.

La propuesta es interesante porque pone el foco sobre tanto mujeriego con hijos y sucursal que hay en el país, un fenómeno que se ha subestimado tanto como su impacto sobre la niñez y la adolescencia. Por otra parte, porque Edipo ayudaría a explicar la asimetría por género: al ser menos probable que los hijos sientan amenaza de abandono por parte de la madre que las hijas por el padre, se entendería que la secuela de ese temor, eventual detonante de los celos con muchas ganas, surja con más ímpetu por el lado femenino.


El peso de la evolución

Las hembras de algunos roedores sólo copulan durante el estro pues sin las secreciones de estrógeno y progesterona les resulta imposible adoptar la posición de lordosis requerida para hacerlo. Las cobayas tienen la vagina recubierta por una membrana que sólo se abre durante la ovulación para el apareamiento. El estrógeno controla tanto el apetito sexual como la posibilidad de satisfacerlo. Las hembras de los primates sí pueden copular en cualquier momento, aunque no estén ovulando. Las bonobos utilizan generosa y bisexualmente esta prerrogativa. Liberadas de la tiranía de las hormonas, cuyos efectos sobre el comportamiento ya no son físicos sino psicológicos, tienen sexo con motivaciones estratégicas, económicas o políticas diferentes a la reproducción, incluso para no aburrirse. Pero su apetito sexual todavía presenta ciclos asociados a la ovulación.

El oso libidinoso no es el único macho mamífero siempre listo, con lo que sea. En la activdad equina se considera normal la masturbación de los potros. Los ganaderos reportan sementales que protestan ante el retiro del colector de esperma. Las comparaciones herejes no paran ahí. La sexualidad de los primates también está sujeta a la presión social. Una primatóloga habla del calvinismo de los macacos, que reprimen a las hembras muy promiscuas.


Fuente. Angier Natalie (1999). Woman. An Intimate Geography. Virago Press





Una eventual ventaja de las pepas

De existir un vínculo entre el ciclo menstrual y el deseo femenino, una conjetura es que ese podría ser un factor de riesgo del embarazo adolescente, en donde abundan los tiros certeros. Sería prudente quitarle el monopolio al preservativo como recomendación anticonceptiva para las jóvenes colombianas. A la innegable complejidad de su uso habría que sumarle como costo el pico de ganas durante los días fecundos, algo que contribuye poco a su efectividad.