martes, 27 de marzo de 2012

La violencia sexual debilita a las mujeres, la obsesión al respecto también


Publicado en La Silla Vacía, Marzo 27 de 2012

Aunque conozco varias, no había sido capaz de hacer alusión a las mujeres que no se irritan con los piropos. Tatiana Luján una lúcida forista de la Silla anota que “a mí me gusta que me echen piropos, pero todo depende del tono ... del sitio y las circunstancias donde se lo echan a uno”. El regaño no tardó: “qué indignante que siga defendiendo algo tan degradante, por eso dicen que las más machistas en ocasiones son las mismas mujeres”. La estigmatización del piropo se extiende a quien no se siente amenazada; si opina distinto contribuye a la violencia. “Esas sutilezas artificiales solo sirven para justificar la agresión verbal, psicológica y física contra las mujeres”.  
Tatiana percibe que quien la tilda de machista ve a las mujeres “completamente impotentes frente a lo que quieran hacer con ellas, como si el sólo deseo de un hombre las esclavizara”.  Difícil no respaldar esa opinión. Convertir en amenaza, concretamente en violencia sexual, todo lo que molesta o desagrada de los hombres, es una de las secuelas más lamentables del feminismo dogmático. La susceptibilidad sorprende en un país que a nivel internacional se destaca por casi cualquier tipo de violencia menos la sexual. 
Al igual que parte de la agenda feminista en Colombia, y algunas de sus manifestaciones más visibles, la paranoia con la violencia sexual no asociada al conflicto y la ideología que la sustenta vienen de afuera, con credenciales impresionantes. De la Universidad de Illinois recuerdan que “la conciencia feminista es una conciencia de la victimización ... lograr verse como una víctima”. En el Harvard Law Review advierten que "no hay manera de saber qué desconocido resultará ser un violador. Por lo tanto, cada vez que un hombre se dirige a una mujer en la calle, ella debe contemplar la posibilidad de que la pueden violar". De la National Library of Medicine  llega una suspicaz metáfora: el científico como asaltante sexual. "El conocimiento fue creado como un acto de agresión, una naturaleza pasiva tuvo que ser interrogada, desvestida, penetrada y obligada por el hombre a revelar sus secretos". La estrategia consiste en ampliar tanto las conductas que hacen daño como las víctimas y los agresores potenciales. Cualquiera puede ser violador, pero no para tener sexo -eso trivializaría la dimensión política- sino para someter a las mujeres en conjunto.
Con esa claridad conceptual ya importada al país, no se entiende por qué nadie señaló que tanto la foto original de Hola como su negativo en SoHo fueron la maniobra inicial de una mafia de fotógrafos, técnicos, editores y otros cómplices machistas confabulados para violentar y cosificar a doce ingenuas colombianas vestidas, uniformadas o desnudas. Sorprende que la discusión se haya enredado en categorías caducas como la raza y la clase social, puesto que desde los años setenta, con la política del sexo, se sabe que "las mujeres trascienden las clasificaciones usuales del patriarcado, cualquiera sea su origen y su educación, la mujer tiene menos asociaciones permanentes de clase que el hombre". El debate pertinente era contra los violadores potenciales que buscaban someter esas féminas "con fines de explotación sexual".
Lo insólito de la obsesión por la amenaza sexual y el sentimiento perenne de víctima es que son incompatibles con el empoderamiento de las mujeres. La despreocupación de Tatiana por los piropos, la tranquilidad con que distingue los que le gustan de los que no, reflejan seguridad e independencia, una dignidad que no depende de lo que diga un extraño en la calle, una dosis adecuada de tolerancia para una sociedad tan desigual como diversa y, se puede intuir, la capacidad para adaptarse a cualquier trabajo desafiante y competido. 

La ideología y la desconfianza frenan el desempeño en el trabajo.  En particular, la elaboración ficticia de ataques inexistentes va en contravía de la queja más recurrente sobre un mercado laboral que premia la competencia y sigue pagándole más a los machos. La hipótesis de Lise Elliot, una neuróloga, es que el diferencial no explicado de salarios, el famoso techo de cristal, es más una urna protectora contra los riesgos de la que se resisten a salir las mujeres. "Las diferencias de género en la actitud hacia el riesgo surgen de las diferencias en competitividad ... Si los hombres deben competir más intensamente para encontrar pareja, la evolución pudo haber dotado sus cerebros para asumir mayores riesgos". Contra esa brecha instintiva se requiere un entrenamiento  específico -encontrar un balance entre cooperación y competencia- para el cual la doctrina del victimismo femenino, esa que se cultiva con tanto esmero en círculos intelectuales y académicos, las ayuda poco. A los machos depredadores, por el contrario, el estereotipo no los perjudica laboralmente; y con sólo acosarlas en el trabajo ya se perciben como buenazos porque no las violan. Paradojas y papayas de las doctrinas. 

El mundo es complejo y Colombia bastante azarosa como para magnificar exiguos peligros potenciales. ¿Para qué cargo con un mínimo de contacto con el público masculino puede calificar quien toma como amenaza y afrenta cualquier piropo? ¿A qué empresa productiva le puede interesar una recién graduada obsesionada por ataques y trampas sexuales milenarias? ¿Qué equipo de trabajo se verá enriquecido con alguien que no ve el vaso medio lleno, ni medio vacío sino desocupado desde siempre y para siempre? ¿Será un despropósito empezar a hablar de mujeres víctimas del feminismo?

(con breve discusión sobre los datos)

martes, 20 de marzo de 2012

Si los LGBT nacen o se hacen, ¿a quien le importa?


Publicado en La Silla Vacía, Marzo 20 de 2012

Cuando Cynthia Nixon, Miranda en Sex & the City, quiso casarse con Christine Marinoni después de haber dejado por ella a un profesor de inglés con quien tuvo una relación de 15 años y dos hijos, señaló "toda mi vida estuve con hombres y nunca antes me enamoré de una mujer… No me defino. Sólo soy una mujer que ama a otra mujer". La declaración no cayó bien entre activistas homosexuales. Hubiesen preferido oír que siempre había sido lesbiana y por fin salía del closet. Ella insiste que no fue así. “Estoy muy molesta por este asunto … Parece que estamos cediendo ante los fanáticos”.
En la universidad, a Paula Rodríguez-Rust le pasó al revés. Después de haberse declarado lesbiana políticamente comprometida inició una relación con un hombre pero las presiones de su colectivo le impidieron que durara más de unos meses. El incidente la llevó a profundizar en “actitudes hacia la bisexualidad, así como en las actitudes de la monolítica comunidad lesbiana, la que fija los estándares de la corrección política y a la que nadie que conozco admitirá pertenecer”.

El grueso de testimonios de personas LGBT coinciden en que no importa nacer o hacerse siempre que se reconozca el derecho a serlo y que haya aceptación de la gente cercana. Lina C. cuenta no cómo salió del closet sino cómo su mamá lo abrió por ella “con un sentimiento especial, con un suspiro y una alegría” regalándole copia de una litografía de Toulouse Lautrec con dos mujeres bailando.

Para definir el derecho de cualquier persona a vivir su sexualidad es irrelevante cómo surgió. Vanessa Baird anota que “los orígenes de la sexualidad no deben hacer diferencia para los derechos civiles, políticos y humanos. La igualdad no requiere justificación científica”. En Colombia la jurisprudencia es clara: si se nace la Constitución protege, si se hace también. Una vez definidos los derechos, sin embargo, su efectiva protección y la reacción del entorno sí dependen de la respuesta a la pregunta de marras.

Las primeras personas interesadas en comprender el origen de alguien LGBT son las de su familia cercana. Stay Close, campaña promovida por PFLAG -una asociación de parientes y amigos de gays y lesbianas para ayudar a mantener los vínculos afectivos- señala sin ambigüedades, contrariando a Cynthia Nixon, que “la orientación sexual y la identidad de género no son elecciones … son parte de las personas como el color de sus ojos, su altura, o ser zurdos”.  Aceptar que se nace es una vía más segura para convencerse de que no hay nada que reprochar, corregir o disuadir; que nadie tiene por qué arrepentirse de nada, que no hay que culpabilizar.

Al contrario, John Walker es el ejemplo extremo de la visión cultural, “la homosexualidad es un problema psicológico, moral y espiritual, producto de familias disfuncionales … La homosexualidad es CULPA DE LOS PADRES, nadie nace homosexual, el homosexual se hace, y se hace desde el hogar porque no los llevaron ni los guiaron por el buen camino”. No deja de ser irónico que para esta declaración homofóbica, JW recurra a una extensión del conocido dogma feminista. Su visión tiene pedigrí: a lo largo del siglo pasado fueron populares las teorías, derivadas de Freud, según las cuales las experiencias tempranas eran cruciales para la orientación sexual. La propuesta feminista que la sexualidad es socialmente construída se extendió a lesbianas y gays quienes en los setentas y ochentas la adoptaron con entusiasmo. No tardaron en darse cuenta que la doctrina podía actuar como boomerang. Lo que se ha construído socialmente también se puede desbaratar. Es lo que argumentan los sectores conservadores, los cristianos y los movimientos anti-gay que preocupan a los detractores de Cynthia Nixon. La esposa de un gay convertido a padre heterosexual afirma radiante: “la biología no tiene chance ante Jesús”.
Entre la asociación PFLAG que tranquiliza a las personas cercanas con el “se nace” y el fanático caminante que acusa a quienes “los hicieron”, parecería políticamente más sensato arrimarse a los primeros. En la homofobia, incluso cuando es violenta, hay algo de achacar responsabilidad, de castigar lo que se cree una mala decisión o de disuadir a otros. Las numerosas investigaciones que documentan predisposiciones innatas para la orientación sexual, con frecuencia emprendidas por gays y lesbianas, han sido más que favorables para la comunidad LGBT.

Un debate candente que también depende de si se nace o se hace, es el de la adopción por parejas homosexuales. Ha causado polémica el caso de Thomas Lobel, ahora Tammy, a quien dos lesbianas casadas adoptaron en California a los dos años. Desde los ocho ha estado en tratamiento médico para bloquear las hormonas de manera que se evite la pubertad.
Una vez deje de tomar las drogas, podrá elegir si opta por testosterona o estrógeno. Un pediatra endocrinólogo opina que esos fármacos no se deben tomar antes de los 13 o 14 años. Las madres dicen que Tammy les dejó bien claro desde sus tres años que quería ser niña. Lo expresó con lenguaje de signos pues tiene un defecto en el habla.

Sería inadecuado pensar que la jurisprudencia pendiente de la Corte Constitucional sobre adopción por parejas del mismo sexo se basará en “da lo mismo si se nace o se hace”. Se puede sospechar que por ahí está el meollo de la discusión y hasta la demora del fallo. Por una vez, al colectivo LGBT le caería bien que sus aliadas feministas se fueran con su música a otra parte. Para cuestiones tan delicadas más vale ciencia que doctrina.