Publicado en La Silla Vacía, Marzo 20 de 2012
Cuando Cynthia Nixon, Miranda en Sex & the City, quiso casarse con Christine Marinoni después de haber dejado por ella a un profesor de inglés con quien tuvo una relación de 15 años y dos hijos, señaló "toda mi vida estuve con hombres y nunca antes me enamoré de una mujer… No me defino. Sólo soy una mujer que ama a otra mujer". La declaración no cayó bien entre activistas homosexuales. Hubiesen preferido oír que siempre había sido lesbiana y por fin salía del closet. Ella insiste que no fue así. “Estoy muy molesta por este asunto … Parece que estamos cediendo ante los fanáticos”.
En la universidad, a Paula Rodríguez-Rust le pasó al revés. Después de haberse declarado lesbiana políticamente comprometida inició una relación con un hombre pero las presiones de su colectivo le impidieron que durara más de unos meses. El incidente la llevó a profundizar en “actitudes hacia la bisexualidad, así como en las actitudes de la monolítica comunidad lesbiana, la que fija los estándares de la corrección política y a la que nadie que conozco admitirá pertenecer”.
El grueso de testimonios de personas LGBT coinciden en que no importa nacer o hacerse siempre que se reconozca el derecho a serlo y que haya aceptación de la gente cercana. Lina C. cuenta no cómo salió del closet sino cómo su mamá lo abrió por ella “con un sentimiento especial, con un suspiro y una alegría” regalándole copia de una litografía de Toulouse Lautrec con dos mujeres bailando.
Para definir el derecho de cualquier persona a vivir su sexualidad es irrelevante cómo surgió. Vanessa Baird anota que “los orígenes de la sexualidad no deben hacer diferencia para los derechos civiles, políticos y humanos. La igualdad no requiere justificación científica”. En Colombia la jurisprudencia es clara: si se nace la Constitución protege, si se hace también. Una vez definidos los derechos, sin embargo, su efectiva protección y la reacción del entorno sí dependen de la respuesta a la pregunta de marras.
Las primeras personas interesadas en comprender el origen de alguien LGBT son las de su familia cercana. Stay Close, campaña promovida por PFLAG -una asociación de parientes y amigos de gays y lesbianas para ayudar a mantener los vínculos afectivos- señala sin ambigüedades, contrariando a Cynthia Nixon, que “la orientación sexual y la identidad de género no son elecciones … son parte de las personas como el color de sus ojos, su altura, o ser zurdos”. Aceptar que se nace es una vía más segura para convencerse de que no hay nada que reprochar, corregir o disuadir; que nadie tiene por qué arrepentirse de nada, que no hay que culpabilizar.
Al contrario, John Walker es el ejemplo extremo de la visión cultural, “la homosexualidad es un problema psicológico, moral y espiritual, producto de familias disfuncionales … La homosexualidad es CULPA DE LOS PADRES, nadie nace homosexual, el homosexual se hace, y se hace desde el hogar porque no los llevaron ni los guiaron por el buen camino”. No deja de ser irónico que para esta declaración homofóbica, JW recurra a una extensión del conocido dogma feminista. Su visión tiene pedigrí: a lo largo del siglo pasado fueron populares las teorías, derivadas de Freud, según las cuales las experiencias tempranas eran cruciales para la orientación sexual. La propuesta feminista que la sexualidad es socialmente construída se extendió a lesbianas y gays quienes en los setentas y ochentas la adoptaron con entusiasmo. No tardaron en darse cuenta que la doctrina podía actuar como boomerang. Lo que se ha construído socialmente también se puede desbaratar. Es lo que argumentan los sectores conservadores, los cristianos y los movimientos anti-gay que preocupan a los detractores de Cynthia Nixon. La esposa de un gay convertido a padre heterosexual afirma radiante: “la biología no tiene chance ante Jesús”.
Entre la asociación PFLAG que tranquiliza a las personas cercanas con el “se nace” y el fanático caminante que acusa a quienes “los hicieron”, parecería políticamente más sensato arrimarse a los primeros. En la homofobia, incluso cuando es violenta, hay algo de achacar responsabilidad, de castigar lo que se cree una mala decisión o de disuadir a otros. Las numerosas investigaciones que documentan predisposiciones innatas para la orientación sexual, con frecuencia emprendidas por gays y lesbianas, han sido más que favorables para la comunidad LGBT.
Un debate candente que también depende de si se nace o se hace, es el de la adopción por parejas homosexuales. Ha causado polémica el caso de Thomas Lobel, ahora Tammy, a quien dos lesbianas casadas adoptaron en California a los dos años. Desde los ocho ha estado en tratamiento médico para bloquear las hormonas de manera que se evite la pubertad.
Una vez deje de tomar las drogas, podrá elegir si opta por testosterona o estrógeno. Un pediatra endocrinólogo opina que esos fármacos no se deben tomar antes de los 13 o 14 años. Las madres dicen que Tammy les dejó bien claro desde sus tres años que quería ser niña. Lo expresó con lenguaje de signos pues tiene un defecto en el habla.
Sería inadecuado pensar que la jurisprudencia pendiente de la Corte Constitucional sobre adopción por parejas del mismo sexo se basará en “da lo mismo si se nace o se hace”. Se puede sospechar que por ahí está el meollo de la discusión y hasta la demora del fallo. Por una vez, al colectivo LGBT le caería bien que sus aliadas feministas se fueran con su música a otra parte. Para cuestiones tan delicadas más vale ciencia que doctrina.