Publicado en El Espectador, Noviembre 18 de 2012
Lina – “Perdí la virginidad con él, por lo general no
utilizábamos condón. Duramos así 6 meses, él me dejó y yo seguía enamorada. Me
pareció que un hijo sería la llave para la felicidad de los dos y que él volvería
conmigo. Fuí a su casa, le dije que esa era la despedida, que lo dejaría en paz.
Empezamos a tomar hasta que lo emborraché, lo hicimos y quedé embarazada”.
Angela – “Tuve una pelea con mi madre. Ese día me pegó
muy refeo y yo llamé a mi novio. Me quería ir de la casa y él me dijo que nos
fuéramos a vivir juntos. Quedé embarazada porque no usábamos protección, yo
pensaba que era estéril”.
Laura – “Bueno, nosotros siempre hemos planificado, pero
hace 4 meses no sé qué paso, si el condón se rompió o si él no se lo puso bien.
Llegamos del pre-prom, estuvimos y
vaya sorpresa 40 días después”.
Mary – “Nos conocimos en el barrio, teníamos nuestro
cuento, que besitos y eso. Con 13 años me daba miedo hacer algo más, hasta que
en una fiesta me convenció de darle la pruebita de amor y yo ya con mis tragos
le hice. Me quedó gustando y seguimos así hasta que me di cuenta de que no me
llegaba el período”.
“Sí a la opción, no al azar” se titula el informe
de Naciones Unidas de la población mundial en el 2012 y muestra en su carátula
una joven en una reunión informativa sobre planificación familiar. Los
testimonios anteriores de colegialas bogotanas sugieren que el embarazo
adolescente es algo más complejo que la desinformación o los accidentes, y que
su prevención presenta varios dilemas. Uno de los más serios se hizo evidente
en un almuerzo con unos colegas indignados porque la asociación de padres de
alumnos se opuso a la instalación de un distribuidor de condones en un colegio
con el que ellos trabajaban.
Inicialmente compartí la molestia, pero el asunto
quedó zumbando durante el almuerzo. Luego de un ejercicio de empatía con esos
padres, las dudas asomaron al tratar de precisar si me hubiera gustado tener un
distribuidor en mi colegio. Ya en
el café tenía otra opinión. Para mí habría resultado inmanejable sumarle a las
incógnitas –el cuando, cómo y con quien de la primera vez- un recorderis
oficializado y cotidiano de que me estaba quedando atrás. La distribución de
condones en el entorno escolar es una piedra en el zapato para quienes aún no
se han dado el gustico.
La disyuntiva de política es simple: promover el
sexo seguro con preservativo puede anticipar el inicio de la vida sexual de los
adolescentes; entre más jóvenes, más necesaria la información pero también más
arriesgado ejercer presión sobre el momento oportuno para la primera relación
sexual. Sería imprudente ignorar este dilema simplemente por su sabor
retrógrado.
Hasta la fecha no he encontrado evidencia
suficiente para contrastar esa duda, pero varios datos sugieren cautela con la
promoción del condón entre menores. Dejando de lado el desacierto de recomendar
como anticonceptivo un método idóneo para prevenir enfermedades -un riesgo
ínfimo entre novios inexpertos- lo cierto es que un factor propicio para el
embarazo adolescente es el inicio temprano de la vida sexual.
La Encuesta Nacional de Demografía y Salud,
realizada cada cinco años por Profamilia desde 1990, muestra que a pesar del
sostenido aumento en el conocimiento y uso de métodos de planificación entre
los jóvenes, en particular del preservativo, el embarazo adolescente aumentó
considerablemente hasta el 2005. Por otro lado, la proporción de adolescentes
sexualmente activas pasó del 21% en 1990 al 50% en el 2010. La drástica reducción
en la edad de inicio de las relaciones sexuales contrarrestó el efecto de la
planificación.
La importancia del momento de arranque de la vida
sexual ya era clara cuando en el 2003 se hizo en el CEDE la primera encuesta
especializada en embarazo adolescente. Un resultado llamativo es que entre las
jóvenes que tienen sexo temprano –antes de los 14- el 36% reporta un hijo. Para
debutantes tardías -17 años o más- la cifra es apenas del 8%.
Los dilemas no paran ahí. Sorprendentemente, la
promiscuidad juvenil femenina no contribuye al riesgo de embarazo. Por el
contrario, las jóvenes que han tenido más parejas sexuales son menos fértiles.
A diferencia de lo que ocurre con los varones, en las jóvenes se observa que
entre más temprano se inician rotan menos sus compañeros de cama. Las madres
adolescentes se distinguen por tener o buscar una unión estable y durar más
tiempo con su pareja. El novio es el padre potencial típico y cada año
adicional con el mismo compañero multiplica por más de dos los chances de
gravidez. Como deja claro Lina, ella
quería un hijo con su hombre. Tanto, que después tuvo otros dos con él mismo,
todos antes de cumplir 19 años. Para el embarazo precoz en Colombia es más
pertinente el guión de jugar al papá y a la mamá con condón que el de Sex and the city.
Tengo más años de los que quisiera, ningún nieto y
corro un leve riesgo de no alcanzar a conocerlos. A una hermana mayor le acaban
de anunciar que será abuela por primera vez. Hace poco, una compañera de
colegio me contó que su nieta se casa, lo que permite prever que una coetánea
mía pronto será bisabuela. Estas drásticas diferencias recuerdan que, para
enredar aún más las cosas, en el embarazo temprano puede haber tradición
familiar.
En la mencionada encuesta, las madres adolescentes
son hijas de mujeres que dieron a luz siendo jóvenes. Cada año de retraso en el
primer parto de la mamá disminuye en 7% los chances de que una joven quede
embarazada. En esta transmisión de la precocidad entre generaciones influyen la
educación y el ejemplo, pero no se pueden descartar factores más difíciles de
alterar. La edad de la menarquia, por ejemplo, está relacionada con la del
inicio sexual. Una primera menstruación antes de los once años multiplica por
más de cinco la probabilidad de tener relaciones sexuales antes de los catorce.
Como anota Eugenia, “yo empecé a los
12 años, mejor dicho, tan pronto me desarrollé”.
Difícil precisar si Lina, Angela, Laura y Mary decidieron ser madres o tuvieron mala suerte. Para cada una la
dosificación de opción y azar fue diferente. Lo que resulta imprudente es
insistir que con más información y facilidad de acceso a los preservativos se
habrían logrado evitar esos embarazos: todas ellas sabían qué es y para qué
sirve un condón.