Publicado en El Espectador, Agosto 2 de 2012
"La pobreza fue el factor que impulsó a
la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra" sentencia sin
titubeos una persona experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin
embargo, ofrece el testimonio de José que no concuerda con tal afirmación.
Según la encuesta a desmovilizados de la
Fundación Ideas para la Paz la principal
razón aducida para haber ingresado a un grupo armado es, en efecto, económica.
Sin embargo, la hipótesis materialista no ayuda a explicar las diferencias por
género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes
vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas
urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada
cinco de las mujeres campesinas –el grupo más vulnerable- menciona esa
motivación. Además, los grupos que acogen jóvenes buscando mejorar sus ingresos
son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%). También son
paras los que pagan un estipendio por combatir, algo poco común en lo grupos
subversivos.
Un indicador de la riqueza familiar basado en las
características de la vivienda reportadas en la misma encuesta no muestra, para
las mujeres ex combatientes, ninguna relación entre la pobreza y la militancia.
Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En
los hombres si se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir
la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales.
Para el primer contacto con el grupo armado no se
observan diferencias apreciables por género pero sí entre guerrilla y
paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que
el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC
la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o
amigos ya en armas como la iniciativa de la persona desmovilizada.
Cuando el acercamiento provino de los combatientes
sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las
que siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad
es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo.
Por el contrario, si la vinculación fue buscada por
la persona desmovilizada o por su entorno -familia o amigos- el mayor nivel
económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la
guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres.
Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la
guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%.
Hay una alta proporción de jóvenes previamente
entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión.
“A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna
de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y
caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a
veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un
juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron reclutarnos”.
En los varones se percibe una asociación negativa
entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las
desmovilizadas manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la
riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es
sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de
los hombres provenientes del quintil más alejado de la pobreza manejaban armas
antes de ser reclutados.
El gancho monetario que usan los paras al enrolar
adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza.
El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos
Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, me
cuenta el procedimiento de captura de niñas por los paracos. “Un bacán las contacta y les dice que el
patrón les manda saludos; con los saludos o un poco después les llega un
celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado … a
veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la mamá”.
Para algunos el conflicto es como un ascenso a las
grandes ligas. Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se
volvió el sapo que transmitía recados
del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de
comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón
me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata
rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”