Por
Bat
A
las 4 pm de ayer martes, estaba entrando a la Biblioteca Virgilio Barco a un
taller de escritura que estoy haciendo. Me crucé con un hombre que me miró y
casi sin verme me dijo: “Esas teticas se ven muy ricas”. Yo quise ignorarlo,
pero tuve un impulso irrefrenable y ya cuando él iba pasando le dije: “¡Oiga,
¿por qué no respeta?!” El hombre iba un par de pasos adelante y se devolvió; se
me puso al frente y me contestó: “Me salió bravita esta puta. Antes agradezca
que la miro, perra” … Ante esto y por la postura del hombre, y teniendo en
cuenta que estaba solo el lugar, me asusté y seguí sin agregar nada.
El
tipo era alguien de unos 40 ó 45 años más o menos. No vi nada que lo hiciera
diferente a los hombres que uno se encuentra en esa biblioteca. O sea, estaba
“bien vestido” (mejor dicho, no se veía sucio, ni andrajoso, ni punkero
alternativo, ni nada de ese estilo). Debía medir por ahí 1.75, más bien delgado,
vestido de gris y negro. Era blanco. De su físico en realidad sólo me fije en
sus ojos cuando lo tenía al frente. Tenía los ojos oscuros y se veía furioso.
Achinaba los ojos mientras me hablaba. También recuerdo que llevaba una maleta
colgada al hombro, como las de los profesores, o sea, de esas maletas en las
que uno supone que se cargan libros.
Todo
pasó muy rápido, creo que no fueron más de unos 20 ó 30 segundos. Cuando el
hombre se devolvió, me tapó el paso, se inclinó un poco y me habló de cerca. Yo
me hice un poco para atrás y automáticamente me acordé de un viejo truco o maña
que yo usé en una época en que hice un trabajo en las cárceles de Bogotá. Una
vez los directivos de la cárcel me dejaron plantada y tuve que entrar sola a La
Modelo y cruzar un patio para llegar a donde la persona que iba a entrevistar.
En realidad, ningún preso me estaba asediando ni molestando, pero yo estaba
nerviosa y me acordé de la película “Gorilas en la Niebla”, cuando Diane Fossey
estaba al frente de un animal de esos que se alborotó y comenzó a hacer su
papel de gorila, o sea, a golpearse el pecho y decir “cuidado conmigo” a los
demás. Ella, en la película, agacha la cabeza y entiende que puede hacer todo,
menos mirarlo a los ojos. Bueno, así sorteaba yo mis visitas a la cárcel. Y en
el incidente de la Biblioteca hice lo mismo. Cuando tuve al tipo al frente y me
di cuenta de su agresividad, retrocedí un poco, agaché la cabeza y miré hacia
abajo. Él se mantuvo ahí y yo di un paso al lado y seguí caminando, con movimientos
suaves como para que pasaran desapercibidos. Me di cuenta de que el hombre se
quedó un momentico ahí parado, pero no vi qué hizo porque yo seguí caminando
hacia adelante, pensando que si me seguía lo único que me quedaba era empezar a
correr. Pero no me siguió. Unos pasos más adelante saqué mi celular (pensaba
que si algo seguía sucediendo debía marcar el número de alguien de mi familia
para avisarle. Aquí en Colombia la familia reemplaza al Estado en la mayoría de
las ocasiones) y miré hacia atrás. Vi que el hombre había seguido su camino.
No
lo pensé en ese momento, pero lo pienso ahora. Lacan dice en alguno de sus
seminarios que este tipo de sujetos, los perversos patológicos en cualquier
grado, lo que reclaman de sus víctimas es sufrimiento. Y cada quejido, cada
señal de dolor es un estímulo altamente excitante para ellos. Dice Lacan, más o
menos, que si su víctima se comporta como una piedra, como “una babosa”, como
un ente hueco, carente de subjetividad, es el perverso quien se invade de
miedo, porque la ausencia de sufrimiento desestructura su lógica. Me parece que
eso fue un poco lo que hice: como desaparecer, como anularme o mimetizarme con
el pavimento. Algo así.
Debo
aclarar, porque siempre es bueno aclarar eso, que yo no soy ese tipo de mujer
que detiene el tráfico de las ciudades. No me visto de una manera llamativa,
todo lo contrario. Sufro de frío crónico y por eso casi siempre llevo mucha
ropa encima. Me maquillo muy poco y no soy para nada exuberante. No soy una
mujer fea, tengo mis atractivos, pero me ubico más bien del lado de las mujeres
bajitas, flaquitas y de apariencia un poco infantil. Lo aclaro porque nunca
falta quien dice que las mujeres nos buscamos ese tipo de situaciones con la
apariencia y la actitud. Y en este caso no fue así, para nada. De hecho, ni
siquiera vi que el hombre en cuestión me mirara con particular detenimiento.
Yo
creo que contestarle a ese tipo fue una completa ingenuidad de mi parte. Cuando
un hombre se atreve a lanzar semejante clase de “piropos”, evidentemente no
está en posición de diálogo. Fue una bobada mía decirle que me respetara.
Ya estaba irrespetándome y no iba a dejar de hacerlo simplemente porque yo se
lo pidiera.
Y
debo decir que esa situación del martes no es la que más me ha impactado en la
vida.