lunes, 28 de noviembre de 2011

No todos somos igual de machistas. Un índice de machismo

La Real Academia define machismo como una “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”. Wikipedia resume la definición de los movimientos feministas como "el conjunto de actitudes y prácticas aprendidas sexistas vejatorias u ofensivas llevadas a cabo en pro del mantenimiento de ordenes sociales en que las mujeres son sometidas o discriminadas". Algo que no lleva lejos si uno quisiera medir el machismo y compararlo entre dos épocas -por ejemplo para saber si persiste y toca cambiar de estrategia- o entre dos lugares, para definir dónde se vive o se va de vacaciones.

La caricatura que ofrece el flominismo es aún más difícil de operacionalizar. Los síntomas de "la peste machista que sigue devorando a Colombia" pueden ir desde un proceso penal plagado de irregularidades contra una mujer hasta la letra de los villancicos que se cantan en las novenas. Son escasas las afirmaciones que se puedan contrastar con algún tipo de evidencia. Y es poco lo que sugieren que se pueda hacer, salvo angustiarse por milenios de historia, callar, meditar o llorar. O rezar para que la sociedad, la naturaleza humana y el pasado se transformen.

Sea lo que sea, el escenario de partida parece simple: ellas, todas, contra nosotros, todos, también en bloque. Siempre le he tenido fobia a las masas, más aún cuando se suponen homogéneas, entusiastas o combativas. Como en la tribuna de hinchas en donde “se atreven a insultar y humillar en tanto que masa, confundidos con otros de su misma especie, jaleándose y envalentonándose mutuamente ... Se sienten impunes porque en esos lugares es casi imposible que sean individualizados”. Lo siento pero, fuera del estadio, el mundo varonil es más sutil, heterogéneo y complejo.


Salvo para un conjunto reducido de detalles, como no poder quedar embarazado, o siempre vivir "pensando en eso", le tengo hartera a dejarme clasificar con todo el género masculino, de cualquier lugar y de todas las épocas. Con respecto al machismo, me siento distante de los inquisidores, de los ingleses victorianos y de los mareros o los polígamos contemporáneos. En el otro extremo, tampoco compito con Poncho Rentería, que mantiene una activa pelu-tertulia y ha mostrado ser un buen feminista, que rompe silencios. Para no ir tan lejos, entre la gente de mi entorno, en una escala de uno a diez, conozco hombres m1 –machista 1er grado- y algunos m7 o m8. No es sensato meternos a todos en una misma talla M. Sobre todo si se trata se cambiar leyes, normas y costumbres.

Por estas razones, me pareció útil tener alguna medida que permita superar esa caricatura cuya simpleza sólo invita a la inacción. O a enervarse con un simple piropo callejero. Tal como está, el discurso contra el patriarcado no ayuda ni siquiera a discriminar los dolientes recuperables, como nuestros escritores jóvenes, de los casos terminales sin esperanza de salvación, como Berlusconi, los mafiosos o Jean Paul Sartre. Me pareció útil identificar un conjunto de variables que contribuyan a focalizar los esfuerzos, para no seguir en este despiste angustioso, desgastador e improductivo, de buscar erradicar todo lo que los prejuicios de las más combativas dicen que huele a machismo.

Aunque incompleta, una fuente de información útil para este ejercicio es la Encuesta Colombiana de Valores (ECV). Con algunas de las preguntas incluídas allí, relacionadas con las actitudes ante el dilema entre el trabajo y la familia construí un índice de machismo –con la metodología que se detalla aquí- que varía entre 0 y 10. El valor 0 es la calificación mínima posible de valores machistas que obtuvo una muestra representativa de gente real colombiana. Esa nota sería la de alguien que, ya redimido, se puede denominar feminista. El 10 sería la calificación de un vulgar machista con la desfachatez de un Berlusconi de papel, o sea sin el poder y los recursos para darle rienda suelta a los instintos como hace el gobernante italiano.

La primera conclusión de este ejercicio es que eso del machismo, al igual que cualquier característica humana, masculina o femenina -como la tendencia a engordar, la estatura, la rapidez para leer o la orientación sexual- no se presta bien para armar tan sólo dos equipos ideales, unos que sí y otros que no. Sería más fácil para las luchas y cruzadas que el mundo fuera así de nítido, pero no lo es. Por lo general, hay una repartición de los puntajes, con un valor más común o más frecuente -que en la jerga técnica y el lenguaje corriente recibe el mismo nombre- la moda, alrededor de la cual las notas de las demás personas se distribuyen. Unos tienen más que ese valor y otras menos.


Para el machismo en Colombia, la distribución está más concentrada del lado de los valores bajos que en la mitad de la escala, o hacia el extremo superior. Entre 0 y 10, el valor más frecuente del índice de machismo resultó ser de 2. Es la calificación del 26% de las personas que respondieron la ECV. Así, lo que hay de machismo en el país es:
a) un trozo importante de gente –hombres y mujeres- digamos que a la moda,
b) que esa moda no es tan terrible como la pintan, pues es de 2 sobre 10, y
c) que allí coinciden una proproción ligeramente mayor de mujeres (29%) que de hombres (23%).

Para facilitar la presentación gráfica y la comparación con otras variables se puede reagrupar la muestra en tres categorías definiendo como feministas a quienes están por debajo de la moda, (notas de 0 y 1), como ni F ni M a quienes rondan la moda, con 2, 3 o 4 y como machistas a quienes, con 5 o más, se alejan de la moda hasta el tope de 10. Este último grupo, la cuarta parte de los hombres y el 19% de las mujeres, sigue siendo el más heterogéneo. Pero esos casos graves son los que deberían recibir atención prioritaria.

Concedo que no es gran cosa dar toda esa vuelta para pasar de "machista o no" a tan sólo tres categorías. El avance con relación a la burda caricatura del flominismo –ellas 100% feministas contra ellos 100% machistas- es que aquí son seis categorías, pero repartidas: tres para hombres y tres para mujeres. Además, y allí radica la principal utilidad del índice, se puede tener información sobre los elementos que se asocian con los valores altos del machismo. Es lo que los epidemiólogos llaman factores de riesgo, que sirven para tener una idea de por dónde atacar las dolencias sin tener que meter a todos los sospechosos en tanques con criolina.


Una segunda conclusión es que la pelea contra el legado de los patriarcas no es de todos contra todas. Como cualquiera puede constatarlo en su casa o trabajo, la mayor parte de los colombianos y colombianas siguen en sus asuntos cotidianos sin amargarse por el peso de la historia, y sin que ellos las estén siempre sometiendo a ellas. Por fortuna para quienes no estamos buscando cambiar radicalmente el mundo y la naturaleza humana, sino tratando de arreglar algunas cosas poco a poco y de manera pragmática, empezando por lo más grave, casi la mitad de las personas en Colombia se ha ido alejando, sin aspavientos ni gritería, de los extremos machistas que, eso queda claro, aún persisten. Con valores del índice de machismo entre 2 y 4 sobre 10, el 60% de las mujeres y el 61% de los hombres en el país parecen haberse acomodado a las nuevas épocas. Soportamos palo en las columnas, y hasta disfrutamos la Marcha del Orgullo Gay en Bogotá. Aún no todos hacemos pipí sentados, pero hacia allá vamos paulatinamente.

Un resultado sorprendente de este ejercicio es que, para los mismos niveles globales de satisfacción de mujeres y hombres, medidos como la proporción de personas que se sienten muy felices con sus vidas, para ellas se observa que el bienestar crece con el machismo, mientras que para ellos se da justamente lo contrario, los hombres feministas se sienten mejor que los machistas. Parecería útil indagar más sobre esta insólita tendencia que, por lo pronto, tiende a desvirtuar el rollo de que los valores patriarcales son una responsabilidad exclusivamente masculina.